La tentación

Por Matusalén Gómez

El domingo pasado, como es habitual, me fui a misa de 8 y 30 de la mañana. Soy de los que creen que es necesaria una visita, o una entrevista con el Todopoderoso ¿y qué mejor lugar para ello que la iglesia? Y bien allá me fui. La primera satisfacción es como de deber cumplido, he de reconocer que cuando no voy a la iglesia me siento como que si me faltara algo.

La otra satisfacción es el encontrar a gente conocida que se detiene y le pregunta a uno el porqué de la ausencia de la iglesia, ¿será que te metiste a musulmán?, replica un conocido. Yo humildemente, ni afirmo ni niego, si lo hago seguro pediría para mí unos cien azotes.

Lo otro es ver llenar el templo, de verdad esto es algo que me agrada observar, no sé de dónde salen los fieles, si son traídos en una carroza celestial o simplemente venidos a pie, pero van llegando y es como ver llenar un vaso de agua lentamente y gota a gota. Al final y justo a la hora la iglesia está llena y arranca el coro. Allí estoy como un grano de arena más en la vasta playa, oyendo la antífona de entrada. Hermanos reconozcamos nuestros pecados y al oír aquello me digo ¡no volveré a caer en la tentación!

Lo curioso es que al transcurrir la misa y poniendo atención al Domingo (el díptico que entregan a las puertas de la iglesia) descubro que la tentación no es pecado, pero puede conducir al pecado. Sagaz y rápido me detengo en la lectura, viendo aquellas palabras como la mágica salida a mi conducta. Pero ¡ay de mí! más adelante veo que no obtendré la gracia sino venzo la tentación. Hermano, es que Eva con su condición de mujer y seductora era la tentación en persona y el pobre Adán, cayó en la tentación que le ofreció con la manzana, perdieron la gracia divina y de paso ganaron la condena a ser mortales.

Juicio divino, y fustigo desde mi interior la debilidad de mi vista que me hace ver lo que no debo ver y que lleva las imágenes a mi cerebro que las convierte en impulsos eléctricos que a su vez generan en mis cansadas glándulas lo que llaman hormonas y que allí está la del deseo, que a su vez y en mi caso es la de la condenación.

Bajo la cabeza arrepentido y me juro, o por lo menos lo pienso, que no volveré a pecar y pido la absolución.

Ya terminada la misa siento el ding-dong del celular y con temor veo la bandeja de entrada y el mensaje que en finas letras dice: MI AMOR TE ESTOY ESPERANDO PARA IR A LA PLAYA.

La tentación

Juicio final

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