Del hablar y del oír

Por Matusalén Gómez

Por momentos me detengo en la vida ante las circunstancias, que a veces son en extremo delicadas, e incluso en las situaciones divertidas me he permitido contar con el necesario equilibrio para no tomar decisiones o no expresar opiniones que en una forma u otra podrían generar situaciones controvertidas y a veces conflictivas.

El buen uso de la palabra es igualmente imperioso, la entonación del discurso y su debida expresión es imprescindible, ya que con ello ganarás credibilidad y confianza frente al interlocutor, en caso de que desees transmitirle un mensaje o para llamar su atención.

Y para escuchar es fundamental hacer silencio.

Pero a que viene este largo prólogo, ¿será que Matusalén ahora es un erudito del lenguaje o cursillista de la Real Academia de la Lengua?; pues ni uno ni lo otro. La razón del prólogo es calificar los largos discursos de Messie Ugho.

A ver, intente usted decir Ugho. Rápidamente se dará cuenta de que cuesta pronunciar: Uggghh. Ahora trate de tragar: Uggghhh. Más difícil, ¿verdad? y es que no es culpa del nombre es que 12 horas, anote 12 horas, la semana pasada el susodicho sometió al escarnio televisivo por lo menos al 60% de los venezolanos.

Y ante el uso y abuso del poder mediático confiscado se pretende imponer el discurso único y el yoismo en su más radical expresión.

No me iré por las ramas y pediré al Todopoderoso que con su inmenso poder, y perdonen lo redundante, haga callar a este ser que en forma por demás abusiva ofensiva y atrabiliaria, habla y habla sin parar, es que para él no existe la mudez temporal o permanente. Al menos, quítenle el micrófono, por favor, please ¡está bueno, auxilio! ¿Hasta cuando este tormento? Es urgente, los venezolanos necesitamos un poco de paz y sosiego para nuestros oídos.

Ya los adláteres del mencionado deben estar colocando altoparlantes por toda Venezuela, para que sea escuchado por los que quieren o no escucharlo.

Hermanos es para locos, razón tuvo Tertuliana en decir que ella no está exiliada en Nueva York, porque la obligaron sino porque le gusta, ¿y a quien no? Pedimos cacao, ¡ya basta! está bueno, pedimos a la Asociación de la Angustia y la Incertidumbre, que rece por nosotros hermanos, nos entregamos sí, pero dennos tapones para los oídos.

Eso sí, cuando esta vaina se acabe condenen al susodicho a vivir en un barril con tapa, para que en su soledad solo pueda escuchar su voz a ver si adquiere antes de viajar con FIDELIO a las estrellas el sentido del respeto al que no lo quiere escuchar. Nos vemos, Manhattan.

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