Me persiguen

Hace tiempo que lo noté. Al principio pensé que eran ideas mías, que estaba trabajando demasiado y mi cabeza me estaba haciendo jugadas a las que yo no debía hacer caso. Siempre he tenido una muy buena imaginación. Además soy bastante miope, eso hace que siempre esté viendo cosas donde no están.

Pero ya tengo la certeza de que no se trata de eso, no son cosas que me imagino, es una realidad tangible: las personas que ya no soy me persiguen. Las veo en todas partes. Me asombra darme cuenta de que son personas totalmente ajenas a mí.

No podía creer la cara de enamorado estúpido que tenía mi yo de 14 años, cuando —gordito y repugnante como era— perseguía sin cesar a Daniela, la niña con las piernas ligeramente dobladas que vivía en el piso de arriba. Ella no me quería, pero me aceptó entre sus labios, quizás porque su perspectiva de encontrar otro “primer noviecito” era tan oscura como la mía, o por lo menos eso creía ella. Yo me enamoré perdidamente de ella, que obviamente me dejó por Manuel, el chico que de verdad le gustaba y que se murió de celos cuando supo que estaba conmigo. No es de extrañar que con esa cara con la que iba por la vida, Daniela me hubiera dejado.

Luego he visto a una de mis personas más repugnantes. El recién graduado de la universidad que quería comerse el mundo a mordiscos gigantescos. Tal vez miento, tal vez él no sea el más asqueroso, o no lo fuera tanto si no tuviera que verlo al lado del fracasado en que me convertí diez años más tarde. Cuando uno lo ve así, tan de frente, es muy doloroso. Normalmente uno se olvida de lo que pudo ser y no fue ¿para qué pensar en el pasado? decían los libros de autoayuda que leía ese yo diez años más tarde. Pero el verlos lado a lado me recuerda lo que no fui.

Aunque me causa alivio ver que en algún momento, años después, pude devolverle el brillo a mi vida, aunque fuera siguiendo un camino tan distinto. Y esa persona que fui en esa época, casi podría decir que feliz, se acerca de vez en cuando a la mesa donde como y me sonríe. Me hace una invitación a atreverme.

Mi yo actual no se deja ver ni por error. Ni siquiera en el espejo donde un yo más joven y esperanzado se empeña en aparecer cada mañana. Yo sé que no soy quien fui, que no soy ninguna de las personas que alguna vez fui, prueba de ello es que nada me vincula a ellas. Nada. Los veo, los recuerdo, a algunos con más cariño que a otros y los dejo estar ahí. Dejo que me persigan, finjo que no los veo, no vaya a ser que quieran hablar conmigo, preguntarme cosas que no sé.

Comentarios

Claudia Cazorla dijo…
Voy a revisar el link.

Muchas gracias

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