A vuelapluma - Clases de natación
Mi hermana y yo estamos en clases de natación en la piscina del colegio Don Bosco, porque mis papás quieren que aprendamos a nadar desde pequeñas, no como ellos que son unos viejos como de 35 años y nunca aprendieron a nadar. Por eso, dos veces a la semana, Luisa nos lleva a las clases.
Nuestro profesor es un argentino que se llama Ariel y yo no termino de entender cómo es que una persona tiene nombre de jabón para lavar ropa, pero así se llama y nadie se burla de él, pero con el hijo que nada con nosotros y que también se llama Ariel sí nos podemos meter y decirle que si hace chaca-chaca. Los niños lo fastidian más que las niñas porque todas las niñas estamos secretamente enamoradas de Ariel, el hijo.
Cuando llegamos nos hacen duchar en el agua fría y después de meternos en la piscina empezamos a hacer respiraciones, así aprende uno a no ahogarse cuando nada. Luego damos patadas en el agua y, aunque la esposa del profe también está ahí cuidándonos, todos empezamos a darnos patadas unos a otros y no hay quien ponga orden en esa piscina. Eso dura un rato y después nos mandan a hacer piscinas con nuestras tablitas de anime que tienen nuestros nombres puestos para que nadie nos la quite.
Luisa va con nosotras y se supone que debería estarnos cuidando o vigilando o algo, pero lo que hace es ponerse a leer sus novelas con dibujitos que se llaman Susy, y que siempre en la última página tienen una pareja besándose. Seguro que si nos ahogamos Luisa ni se entera.
Hoy es un día especial porque tenemos una prueba que nos permitirá subir de nivel y nos dejarán meternos en el lado hondo de la piscina con los niños más avanzados. Tenemos que tirarnos del trampolín que es altísimo, ir nadando por un ladito y salirnos de la piscina, eso es todo. Yo tengo un poquito de miedo, pero también quiero hacerlo y demostrarles a todos que ya sé nadar muy bien.
Está lloviendo y todos los niños de nuestro nivel estamos haciendo cola para tirarnos del trampolín. Algunas niñas tontas se ponen la tabla de anime en la cabeza… como si no estuvieran ya mojadas o no se fueran a mojar de todas maneras.
Cuando ya nos falta poco a mi hermana y a mí para nuestro turno, mi hermana decide que no se va a lanzar nada. Empieza a decir que se siente mal, que está mareada, que le duele qué se yo que, pero yo sé que tiene miedo y que no se quiere lanzar por cobarde.
El profesor Ariel se acerca y le dice que si se siente mal es mejor que se vaya, Luisa tiene que dejar de leer Susy e ir a ver qué le pasa a Mili, yo quiero tirarme del trampolín, pero nada, hay que irse… ya le creyeron a la boba de mi hermana y yo les digo que ya va, que se esperen, que falta poquito, pero no, no me esperan y me tengo que ir a cambiar con mi cara de cañón.
Cuando llega mi mamá, mi hermana le dice que no quiere ir más a clases de natación y ahí se acaban las clases que ni siquiera dos otitis mías habían logrado cancelar. No más piscina.
Nuestro profesor es un argentino que se llama Ariel y yo no termino de entender cómo es que una persona tiene nombre de jabón para lavar ropa, pero así se llama y nadie se burla de él, pero con el hijo que nada con nosotros y que también se llama Ariel sí nos podemos meter y decirle que si hace chaca-chaca. Los niños lo fastidian más que las niñas porque todas las niñas estamos secretamente enamoradas de Ariel, el hijo.
Cuando llegamos nos hacen duchar en el agua fría y después de meternos en la piscina empezamos a hacer respiraciones, así aprende uno a no ahogarse cuando nada. Luego damos patadas en el agua y, aunque la esposa del profe también está ahí cuidándonos, todos empezamos a darnos patadas unos a otros y no hay quien ponga orden en esa piscina. Eso dura un rato y después nos mandan a hacer piscinas con nuestras tablitas de anime que tienen nuestros nombres puestos para que nadie nos la quite.
Luisa va con nosotras y se supone que debería estarnos cuidando o vigilando o algo, pero lo que hace es ponerse a leer sus novelas con dibujitos que se llaman Susy, y que siempre en la última página tienen una pareja besándose. Seguro que si nos ahogamos Luisa ni se entera.
Hoy es un día especial porque tenemos una prueba que nos permitirá subir de nivel y nos dejarán meternos en el lado hondo de la piscina con los niños más avanzados. Tenemos que tirarnos del trampolín que es altísimo, ir nadando por un ladito y salirnos de la piscina, eso es todo. Yo tengo un poquito de miedo, pero también quiero hacerlo y demostrarles a todos que ya sé nadar muy bien.
Está lloviendo y todos los niños de nuestro nivel estamos haciendo cola para tirarnos del trampolín. Algunas niñas tontas se ponen la tabla de anime en la cabeza… como si no estuvieran ya mojadas o no se fueran a mojar de todas maneras.
Cuando ya nos falta poco a mi hermana y a mí para nuestro turno, mi hermana decide que no se va a lanzar nada. Empieza a decir que se siente mal, que está mareada, que le duele qué se yo que, pero yo sé que tiene miedo y que no se quiere lanzar por cobarde.
El profesor Ariel se acerca y le dice que si se siente mal es mejor que se vaya, Luisa tiene que dejar de leer Susy e ir a ver qué le pasa a Mili, yo quiero tirarme del trampolín, pero nada, hay que irse… ya le creyeron a la boba de mi hermana y yo les digo que ya va, que se esperen, que falta poquito, pero no, no me esperan y me tengo que ir a cambiar con mi cara de cañón.
Cuando llega mi mamá, mi hermana le dice que no quiere ir más a clases de natación y ahí se acaban las clases que ni siquiera dos otitis mías habían logrado cancelar. No más piscina.