Ascensor
La oficina donde trabajo ahora queda en el piso 40. Los ascensores de esa ala, van directo al piso 28 y luego comienzan a detenerse en cada piso. Lo que me impresiona no es la falta de cordialidad en los ascensores estadounidenses, a eso ya estoy acostumbrada, sino la falta de conciencia del espacio de quienes viajan en ellos.
Las conversaciones se llevan a cabo en un espacio de un 1½ m2 entre varios interlocutores a la vez a un volumen extraordinario. Eso, sin contar al que lleva los audífonos a unos decibeles rompetímpanos.
Así me entero de que el señor del piso 37 tiene un hermano que nunca paga su parte en las reuniones familiares, la próxima de las cuales será en upstate New York donde han alquilado una casa.
Supe también que la compañera de trabajo de esta rubita del 33 es una B I T C H y que se la pasa gastándose el dinero en zapatos. El fin de semana de la asiática del 32 fue maravilloso, y la niña de la del piso 29 ya, por fin, dejó el chupón.
Me enteré, por ejemplo, que el del piso 37, al que a veces he oído hablar francés, prefiere comprar su café matutino en una venta callejera que tomarse el de su oficina que es realmente asqueroso (disgusting, dice). La del 31, no esquía desde hace 10 años y la idea de ir este año la tiene entre aterrada y emocionada.
Si supieran que yo desde mi rincón en el ascensor estoy escuchando todos sus cuentos para luego crearme mis historias, tal vez, solo tal vez, serían más discretos.
Comentarios
Por cierto extraño el Tren N y te tengo una historia canadiense de una amiga demasiado buena para esa sección.
Besos y abrazos venezolanos,
MaryD
Besitos a la familia y nos vemos pronto!