A vuelapluma

Sábados de sopa

Todos los sábados muy temprano, mi mamá, mi papá, mi hermana y yo vamos al mercado de Chacao en nuestro Malibú azul placas APU-454, que mi papá cuida más que a nosotras y en donde, ni por equivocación, nos podemos comer un helado.

Mi papá se queda cuidándonos afuera del mercado mientras esperamos que mi mamá compre los ingredientes para la sopa y siempre vamos al mismo quiosquito donde mi papá nos compra empanadas de carne o de pollo y un delicioso jugo de tamarindo.

Cuando llega mi mamá trae verduras de todos los tamaños y colores, apio, ñame, papas, zanahorias, jojotos, perejil, cebolla, apio españa, cilantro, auyama, mapuey, cebollín que metemos en el carro que se impregna de olor a tierra y a verde.

Pero todavía falta la carne que hay que comprar donde José (donde nos sentamos en unos bancos altísimos y oímos cómo las moscas son electrocutadas en las lámparas violeta que cuelgan de todas partes) porque la sopa de los sábados es de lagarto, y yo no dejo de pensar que me estoy comiendo al lagarto Juancho hasta que me explican que no es que estoy comiendo cocodrilo, sino que ese corte de la carne de res se llama lagarto. ¡Ahhhh!

Así que todos los sábados se hace una palangana gigante de deliciosa y nutritiva sopa, que se convierte en nuestro ritual.

Mientras tanto, Popi canta: “Sopa, sopa, tienes que comer, sopa, sopa, sopa, para poder crecer. ¡Uep!” y a mí, todo el sábado, no se me quita de la cabeza la cancioncita porque en nuestra casa lo único que se come ese día es sopa.

P.D. Gracias a mi hermanita por este recuerdo.

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