Zapatos
Era una de esas fiestas en un inmenso loft de Manhattan donde la gente tiene que quitarse los zapatos antes de entrar.
Había mucha gente y muchos zapatos, por eso le sorprendió ver unos zapatos iguales a los suyos. No es que fueran demasiado originales, en realidad todo el mundo los llevaba en el verano, pero sabía que ese color específico era difícil de conseguir; ella misma había tenido que rastrearlos hasta terminar comprándolos por Internet.
A decir verdad, los suyos eran ligeramente diferentes, eran más “femeninos” que el modelo normal. En ese instante decidió jugar a la Cenicienta, se convenció de que cualquiera que tuviera “tan buen gusto” sería la persona para ella.
En la fiesta servían solo cava Codorniu y vodka Grey Goose Una excentricidad más del dueño del loft, un video artista en carrera ascendente.
Ella empezó la búsqueda. Sin duda era difícil reconocer al dueño de los zapatos.
A la tercera copa de cava estaba un poco achispada y la ilusión del principio se le había disipado.
Conocía a poca gente en esa fiesta y se sentía un poco desorientada.
Se acordó específicamente de una de las tantas fiestas a las que tuvo que ir obligada porque sus padres no dejaban ir sola a su hermana menor. Ella tenía unos 16 años y su hermana estaría rondando los 15. Se sintió terrible ahí, sentada en una triste silla, mientras todos los niños hacían cola para bailar con su hermanita, que era la popular de la cuadra.
Ahora en esta fiesta se sintió de nuevo como una adolescente rechazada.
Habló con un grupito aquí y otro allá. Al final decidió sentarse en un sofá a ver a la gente, le apremiaba reconocerlo.
En la esquina opuesta había un tipo que parecía igual de perdido que ella. No sabía si la había visto, pensó –debe ser él, mi alma gemela. Luego se corrigió –No, mi alma gemela no, mi complemento.
Había algo raro en el tipo. Se veía demasiado bien para estar ahí solo. Se le ocurrieron dos cosas: la primera fue que tal vez estuviera esperando a alguien. En ese caso, aunque fuera el dueño de los zapatos, era claro que el juego de esa noche no tenía sentido. La segunda fue que seguro era gay. Pero era igualmente inexplicable que estuviera solo.
Examinó sus opciones, pensó en si tenía o no algo que perder. Concluyó fue que no. Igual no conocía a casi nadie en esa fiesta. Se dijo –lo peor que puede pasar es que yo no le interese. En cualquier caso, si tuviera que justificarse ante alguien, o ante ella misma, igual podría decir que había tomado lo suficiente para hacer alguna tontería.
Recogió valor y se levantó. De pronto se dio cuenta de que el tipo ya no estaba donde estaba minutos antes.
CONTINUARá…
Había mucha gente y muchos zapatos, por eso le sorprendió ver unos zapatos iguales a los suyos. No es que fueran demasiado originales, en realidad todo el mundo los llevaba en el verano, pero sabía que ese color específico era difícil de conseguir; ella misma había tenido que rastrearlos hasta terminar comprándolos por Internet.
A decir verdad, los suyos eran ligeramente diferentes, eran más “femeninos” que el modelo normal. En ese instante decidió jugar a la Cenicienta, se convenció de que cualquiera que tuviera “tan buen gusto” sería la persona para ella.
En la fiesta servían solo cava Codorniu y vodka Grey Goose Una excentricidad más del dueño del loft, un video artista en carrera ascendente.
Ella empezó la búsqueda. Sin duda era difícil reconocer al dueño de los zapatos.
A la tercera copa de cava estaba un poco achispada y la ilusión del principio se le había disipado.
Conocía a poca gente en esa fiesta y se sentía un poco desorientada.
Se acordó específicamente de una de las tantas fiestas a las que tuvo que ir obligada porque sus padres no dejaban ir sola a su hermana menor. Ella tenía unos 16 años y su hermana estaría rondando los 15. Se sintió terrible ahí, sentada en una triste silla, mientras todos los niños hacían cola para bailar con su hermanita, que era la popular de la cuadra.
Ahora en esta fiesta se sintió de nuevo como una adolescente rechazada.
Habló con un grupito aquí y otro allá. Al final decidió sentarse en un sofá a ver a la gente, le apremiaba reconocerlo.
En la esquina opuesta había un tipo que parecía igual de perdido que ella. No sabía si la había visto, pensó –debe ser él, mi alma gemela. Luego se corrigió –No, mi alma gemela no, mi complemento.
Había algo raro en el tipo. Se veía demasiado bien para estar ahí solo. Se le ocurrieron dos cosas: la primera fue que tal vez estuviera esperando a alguien. En ese caso, aunque fuera el dueño de los zapatos, era claro que el juego de esa noche no tenía sentido. La segunda fue que seguro era gay. Pero era igualmente inexplicable que estuviera solo.
Examinó sus opciones, pensó en si tenía o no algo que perder. Concluyó fue que no. Igual no conocía a casi nadie en esa fiesta. Se dijo –lo peor que puede pasar es que yo no le interese. En cualquier caso, si tuviera que justificarse ante alguien, o ante ella misma, igual podría decir que había tomado lo suficiente para hacer alguna tontería.
Recogió valor y se levantó. De pronto se dio cuenta de que el tipo ya no estaba donde estaba minutos antes.
CONTINUARá…
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