MONÓLOGO ANTE UN ESPEJO narrado por un tercero

Por Matusalén Gómez

Entro al Salón de los Espejos del Palacio, era casi la medianoche, había sido un día agobiante y su humor estaba de mataperros, además aquel día de ceremonias había tenido que uniformarse, se quito la chaqueta y la lanzo sobre una poltrona de cuero rojo y pensó que se joda el ordenanza.
Levanto la vista y en medio espejo se reflejaba de la cintura hacia abajo, Ugo, se acerco al espejo y fijamente se miro a sí mismo y se dijo, -¡qué porte tengo! algo aindiado, pero muy perfilado, frente ancha, mi inteligencia, mis sienes adentradas, de pensador son, boca ancha y labios gruesos, es para expresarme mejor, sus altezas los Reyes no pudieron hacerlo mejor, y mi cabeza grande, asiento de mi cerebro que seguro estoy no tiene comparación, pediré a mi amigo Rigoberto Lanza, que lo mida, que lo pese, que en tercera dimensión lo proyecte, quizás debo acudir a Putin quien ordenará a los cerebelosos rusos su estudio en vivo, quienes así asegurarán mi condición especial. ¿Quizás un Einstein o un Molotov?.

Estaba tan extasiado en mirarse así mismo que no notó que las luces bajaban de intensidad y cerca de la penumbra, en el espejo de al lado, una sombra como de humo se vio; volteó de pronto y con una maliciosa sonrisa, como esperando el saludo dio media vuelta y los talones chocó y dijo -¿eres tú, Simón?-, como no hubo respuesta y Ugo tampoco la esperó, se oyó, -¿verdad que soy grande? Tú, de sangre azul y pardo, además eras pequeño, y que cruzaste los Andes para ir a buscar la libertad de las Naciones, locuras de niño rico, y complejo de abandonado, ¿sabías que tu padre, un sinvergüenza era? ¿que dicen que no respetaba y a cualquier falda se asía?, tú Simón, que soñaste en la Gran Colombia unida, mientras Santander y Páez, cada uno por su lado todo lo contrario hacían, que te fuiste al Perú y la cortaste en dos quitándoles el Alto Perú y convirtiéndolo en tu nombre Bolivia, lo quisiste enmendar y allá Sucre fue a parar, mientras hoy ya sabemos que tú, Simón, entre francachelas y ramos de olivo, te la pasabas con Manuela la Sanz, vale, ¿los españoles?, hermano pero si tu eras vasco, no te acuerdas del paseo que por Europa te diste y que para olvidar la muerte de tu esposa, también española ¡!verdad!!

Yo. Ugo, de sangre roja, soy todo lo contrario. Mi familia, allá en los llanos quedó, y mi abuelita me daba palo parejo a ver si estudiaba, pero fíjate cogí el carril y de carricito pase a Tribilín, mi hermano Abel, adelantado, estudio el comunismo primero y un día me dijo -Ugo, en esta vaina te meto porque tú adentro estás y con tu sable encendido y yo docente prendido vamos a echar una vaina a este país bananero.

Fíjate Simón, dejaste las memorias, quedaron tus cartas, pero perdiste, las he usado a mi antojo y hasta socialista digo que fuiste y fíjate que ni al cielo llegaste, solo hasta donde mientan: San Pedro Alejandrino, flaco, tuberculoso y olvidado, ¿te fijas que diferente somos? Yo en mi nave voy adonde quiero y cuando quiero, que me olvide de promesas y hable del socialismo y que del siglo 21... pendejadas Simón, aquí bota y garrote y la palabra pueblo, a la miseria: échale pan con queso y cerveza y verás que buena masa. Que regalo y regalo hasta lo que no es mío, hermano si es que he aprendido, que estos y que de clase burguesa, vale, también están esperando que no les des si no que los pongas donde hay. Verdad que no cambian estos pequeños venecianos

Tan extasiado estaba en su infinito perdido y en escuchar su propia voz que no vio que la sombra levantaba lo más parecido a un brazo y que del mismo salía un sable porque el acero refulgía y en un solo ZUASS, la cabeza de Ugo al suelo cayó y con los ojos abiertos quedó. Ugo, despavorido subió las manos y se tentó, ¿dónde está mi cabeza?, ¿me decapitó? Pero se vio en el espejo y como alma en pena salió y se dijo, ¡Caramba, Simón, perdóname que no era serio!

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