A vuelapluma
Definitivamente TIENE que haber una escuela para hermanos y hermanas mayores en algún lado, donde, de seguro, se reúnen dos veces por semana a planificar estrategias para someter a los hermanos y hermanas menores.
Es que si no es así, no me explico cómo Maya, mi vecina que es menor que yo por casi cuatro años, no se deja someter por mí.
A mí al principio me encantó la idea. ¡Por fin no iba a ser la más pequeña! Pero yo la he observado, Maya no se comporta como si fuera menor que yo. Con Dani, su hermanito, es otra cosa, él tiene dos años y con él nadie se mete porque es el único varón y lo tenemos de muñequito y además porque es un niño encantador que siempre sale con unas cosas muy cómicas.
Maya es mi opción para hacer de hermana mayor, pero no deja que la mande ni que le haga maldades como me hace Mili a mí.
Estamos pintando los libros de colorear de Simón Bolívar y de Antonio José de Sucre, cuando sin culpa (según ella), Maya me tropieza el brazo y hace que me salga de la línea. Mi libro de colorear ha quedado arruinado con una raya azul celeste que atraviesa el retrato del pequeño Simón.
Yo me encolerizo y le tiro un peluche a su dibujo a ver si hago que se equivoque también, pero mi puntería es fatal. Me devuelve el peluchazo con un lanzamiento certero (inexplicable, a no ser que les den clases de lanzamiento de objetos más o menos contundentes).
Detrás de Maya hay un león de peluche gigante que empujo hacia adelante para que le caiga encima y la aplaste, pero además se viene también la bicicleta en la que estaba el león y el manubrio termina abriéndole una raja en el brazo a Maya.
Ella no dice nada, pero arranca corriendo a su casa que está enfrente.
A los cinco minutos su mamá está tocando la puerta. A los diez estoy sufriendo las consecuencias y me veo obligada a humillarme y pedirle perdón.
No puede ser, tengo que ver cómo entrar a esa escuela para hermanos mayores.
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