A vuelapluma

Pichís
Cada vez que vamos a una verbena traemos un pollito a la casa. Todos los pollitos se llaman Pichí y son el mismo pollito que mi hermana asesinó una vez. En serio, lo mató con sus propias piernas. Yo me pregunto que si no fue a propósito la cosa deja de ser un asesinato. No lo sé. Así sucedieron los acontecimientos...

Mi mamá que siempre está haciendo dieta y ejercicios está probando unos ejercicios nuevos de gimnasia. Nosotras siempre la seguimos e imitamos porque nos parece divertido.
-Este es el ejercicio –dice mi mamá-. Sentada con las rodillas dobladas y las piernas juntas, se dejan caer las piernas de un lado “plop” al otro “plop”; de un lado “plop” al otro “piopc”. Y ahí quedó Pichí, debajo de las piernas de mi hermana, aplastado, muerto y medio pegado a la alfombra.

Y yo que salgo corriendo y le grito a mi hermana ¡Asesinaaaaaa! y me voy llorando a mi cuarto donde me pongo a patalear como loca y a gritar ¡Asesinaaaaaa!

A las horas, cuando me calmo, sigo escuchando el piar de Pichí. Estoy convencida de que su fantasma se ha quedado en la casa.

Pobre Pichí, que me perseguía por toda la casa como si yo fuera su mamá gallina.

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El Pichí volador
Apenas lo sacamos de la bolsa de papel con huequitos en la que venía, el pollito salió corriendo impulsado por quién sabe qué oculta fuerza, y se fue directo a los bloques de ventilación de la cocina. Hubo unos pocos momentos de angustia en los que traté que volviera a entrar en la cocina, -Pichí, pichí, pichí -le grité.

Un paso en falso y ya no había Pichí. Vivimos en un piso 9.

De ese Pichí no quedó nada. En un acto morboso bajamos a ver qué quedaba de Pichí, pero no encontramos ni una mancha... afortunadamente.

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