Entrevista a Alexis Romay
Biopsia al cadáver de la revolución cubana
Por Armando López
Alexis Romay presentó recientemente la edición italiana de su novela Salidas de emergencia en la Feria del Libro de Turín, Italia. Esta biopsia al cadáver de la revolución cubana sorprendió a algunos italianos (que aún creen en las bondades de la revolución). De ahí esta entrevista:
—¿Por qué el tema de tu novela?
—Existe un criterio bastante generalizado sobre cuáles son los logros de la llamada Revolución Cubana. Si haces una encuesta, nueve de diez personas responderán con un lugar común: “la educación y la salud”. Esto es muy impreciso. Los grandes logros de la RC pertenecen al campo de la semántica. He aquí ejemplos de uso cotidiano: el secuestro de la palabra “patria”, la conversión de los desafectos al régimen en entes no humanos —o sea, en gusanos—, o la denominación de “Periodo Especial” a una etapa de profunda penuria... Los otros grandes logros de la Revolú entran en el terreno de las relaciones públicas; es decir: lograr que parte de la opinión pública internacional todavía se refiera al dictador cubano como “presidente”, entre otras lindezas de igual o peor calaña.
A finales de los años noventa, fui maestro en una escuela secundaria de La Habana. Durante el tiempo que impartí clases en ese “logro revolucionario”, vi cosas que escapan a la más fértil (y mórbida) imaginación. Dicho sea de paso, en aquel entonces, mi sueldo era 198 pesos al mes. Por esos días, un plátano fruta (alias banana) costaba 1 peso. En otras palabras, mi sueldo mensual era 198 plátanos. Esto alguien tenía que contarlo. Y como dijera Borges: estos sucesos eran “casi no tocado(s) por el verso”.
—¿Qué tiempo te llevó escribirla?
—Todavía hoy me sorprende el entusiasmo y el impulso con que escribí mis Salidas de emergencia. Terminé el primer borrador del manuscrito, que tecleaba en mi tiempo libre —lo que equivale a cualquier momento desde que salí de Cuba—, en cuestión de un año. Escribir la novela no fue la tarea más ardua. La parte engorrosa fue ponerla a dieta: quitarle el colesterol, las malas grasas, las sales, el exceso de agua y el teque, la muela, el panfleto (esas tres grandes obsesiones cubanas). Entre una cosa y otra, la novela perdió unas 50 páginas.
—¿Habías escrito antes, digamos, cuentos?
—Mientras viví en La Habana y, sobre todo, a finales de los noventa, yo era una máquina de escribir poesía. O, más específicamente, una máquina de escribir poemas y poemas. (El peoma es un poema tan escandalosamente malo que merece una categoría aparte). Producto de la censura imperante en Cuba, estos poemas y peomas míos de hace una década eran abstractos, simbólicos, de muy difícil lectura. El hermetismo de la voz poética de entonces respondía al hecho de que, en la isla, para decir “el perro tiene hambre”, hay que dar un elegante rodeo y escribir “me gusta mucho tu gato”. Esta peculiaridad hace que La Habana ostente el mayor por ciento de poetas y peotas por centímetro cúbico en el mundo.
Hasta el momento de mi llegada a los Estados Unidos, jamás había escrito ficción. Practicar dicho género en Cuba, para mí, era un desperdicio y un despropósito, pues la forma en que quería exponer y comentar la vida en la isla bajo la omnipresente bota del régimen castrista podría haber acarreado problemas que iban desde la inminente pérdida del trabajo (un trabajo miserable, pero trabajo al fin) hasta una posible sentencia por el folclórico delito que allá nombran “diversionismo ideológico”. De tal suerte, opté por escribir los antedichos poemas y peomas. Sin embargo, una vez en Nueva York, ya sin mesas redondas, ni CDR, ni Ley Mordaza, la novela se me reveló como el formato apropiado para lo que quería contar.
—¿Cómo definirías tu estilo de narrar?
—No quiero caer en arenas movedizas. Esto es territorio de la crítica. En lugar de describir mi estilo de narrar, aquí te dejo la primera oración de mi novela:
“La solución perfecta sería entrar al cuarto de su padre, echarle mano a la pistola y volarse la cabeza; aunque así estropearía la tradición de muerte natural en la familia y las alfombras persas que Enrique Martín, alias Pipo, había comprado en España en 1983 y que atesoraban colillas de cigarro, manchas de café, esperma de vela casera, pedazos de uñas mal cortadas y muy pocos recuerdos adolescentes”.
—¿Ha influido tu contacto con el inglés en tu forma de escribir en español?
—What do you mean? Bromas aparte, pienso que mi forma de pensar está condicionada por el idioma que hablo. Por ejemplo, en inglés mi sentido del humor difiere mucho del famoso choteo cubano. Sin embargo, en Salidas de emergencia, que transcurre en su mayoría en la capital de la isla, los habaneros hablan como habaneros, los españoles hablan como españoles y los policías hablan como policías, o lo que es lo mismo, ladran.
—¿Crees que la literatura puede cambiar la vida?
—Mira, me gustaría decirte que sí, pero temo pecar de iluso. A estas alturas del partido, me parece que eso no es posible. O sí lo es, pero parcialmente. Es decir, la literatura no pienso que tenga el poder para cambiar una sociedad, pero sí puede modificar ciertas vidas. He aquí un breve compendio de libros que me han cambiado la vida: A Small Place, de Jamaica Kincaid; Koba el Temible, de Martin Amis; Jorge Luis Borges (que no fue un hombre, sino muchos libros); Life of Pi, de Yann Martel; La ignorancia, de Milan Kundera... No menciono (a propósito) autores cubanos. Eso sería como saludar la bandera.
—La música en Cuba inunda el paisaje, ¿“se escucha” en Salidas de emergencia?
—Hazme el favor de leer mi respuesta al ritmo de “La Guantanamera”. “La música está presente / en mi primera novela. / La rumba se oye y se siente / y la cosa sigue en candela”.
—Naciste en la revolución, ¿le debes algo?
—Permíteme corregir esta graciosa imprecisión geográfica. Nací en La Habana. Y no me siento en deuda con la Revolución. O igual, sí: le debo estas ganas enormes de no querer volver a mi tierra natal.
—¿Por que abandonaste tu país?
—En Cuba, más tarde o más temprano, un escritor —de hecho, cualquier persona— tiene cuatro opciones: escribir para la gaveta (el silencio), escribir a favor del régimen (la complicidad), la cárcel o el exilio. Por otra parte, la Revolución ha creado otro deporte nacional: el suicidio. Si lo miras bien, en Cuba un escritor —de hecho, cualquier persona— tiene cinco opciones. Yo tuve suerte. Elegí el exilio.
—¿Regresarías a una Cuba libre?
—Muerto, ¿quieres misa?
—Acabas de presentar la edición italiana de tu novela en la Feria Internacional del Libro de Torino. ¿Cómo fue la acogida?
—Tuve dos presentaciones: la primera en Turín y la otra en una feria más pequeña, en Piano di Sorrento. Ambas fueron muy interesantes, de hecho, muy divertidas, y me di gusto ejercitando mi rudimentario italiano en las ocasiones en que no precisé de la ayuda de mi traductora (amiga e intérprete) Francesca Sammartino. La mayoría del público se mostró muy animada, con una curiosidad legítima por la novela y su fuente, esa isla caribeña de tan difícil comprensión para quien no la ha habitado. A lo largo de ambas presentaciones hicieron muy buenas y muy atinadas preguntas, que venían a cuento, y el intercambio fue muy fluido. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue que un par de espectadores intentó poner en duda la veracidad de “mi versión de Cuba”. No creas que hablo de mero escepticismo. Me refiero a propaganda castrista en estado puro. Aunque parezca mentira, en Europa todavía subsiste una imagen bastante edulcorada de la situación en Cuba. Esto se debe a que el régimen vuelca todos sus esfuerzos (y un presupuesto incalculable) para obtener lo que el poeta cubano Raúl Rivero llama “buena prensa”. Cuando le hablas a una audiencia que no es tu público natural —cosa que nos ha sido vedada a los escritores cubanos del exilio—, corres el riesgo de enfrentarte a un cúmulo de desinformación, mezclado con una ignorancia casi enternecedora. Por ejemplo, en el momento cumbre de la tontería, un compañero italiano me espetó que si yo estaba en contra de Castro era porque prefería la Cuba de la década de los cincuenta que, según él (y El Padrino II), era un prostíbulo de Estados Unidos. Le recordé al señor de marras que en la década de los cincuenta las prostitutas no eran graduadas universitarias y que, para mayor pena, Cuba es hoy un prostíbulo, no sólo de Estados Unidos, sino de Italia, España, Canadá, Alemania... entre una larga lista de países cuyos ciudadanos y residentes se apuntan al turismo sexual socialista. Acto seguido, el tipo hizo mutis por el foro. Lo más grato de todo fue que al final de dicho evento hubo aplausos y estrechones de manos en lugar de actos de repudio
Link original de la entrevista en Letralia: http://www.letralia.com/170/entrevistas02.htm
Por Armando López
Alexis Romay presentó recientemente la edición italiana de su novela Salidas de emergencia en la Feria del Libro de Turín, Italia. Esta biopsia al cadáver de la revolución cubana sorprendió a algunos italianos (que aún creen en las bondades de la revolución). De ahí esta entrevista:
—¿Por qué el tema de tu novela?
—Existe un criterio bastante generalizado sobre cuáles son los logros de la llamada Revolución Cubana. Si haces una encuesta, nueve de diez personas responderán con un lugar común: “la educación y la salud”. Esto es muy impreciso. Los grandes logros de la RC pertenecen al campo de la semántica. He aquí ejemplos de uso cotidiano: el secuestro de la palabra “patria”, la conversión de los desafectos al régimen en entes no humanos —o sea, en gusanos—, o la denominación de “Periodo Especial” a una etapa de profunda penuria... Los otros grandes logros de la Revolú entran en el terreno de las relaciones públicas; es decir: lograr que parte de la opinión pública internacional todavía se refiera al dictador cubano como “presidente”, entre otras lindezas de igual o peor calaña.
A finales de los años noventa, fui maestro en una escuela secundaria de La Habana. Durante el tiempo que impartí clases en ese “logro revolucionario”, vi cosas que escapan a la más fértil (y mórbida) imaginación. Dicho sea de paso, en aquel entonces, mi sueldo era 198 pesos al mes. Por esos días, un plátano fruta (alias banana) costaba 1 peso. En otras palabras, mi sueldo mensual era 198 plátanos. Esto alguien tenía que contarlo. Y como dijera Borges: estos sucesos eran “casi no tocado(s) por el verso”.
—¿Qué tiempo te llevó escribirla?
—Todavía hoy me sorprende el entusiasmo y el impulso con que escribí mis Salidas de emergencia. Terminé el primer borrador del manuscrito, que tecleaba en mi tiempo libre —lo que equivale a cualquier momento desde que salí de Cuba—, en cuestión de un año. Escribir la novela no fue la tarea más ardua. La parte engorrosa fue ponerla a dieta: quitarle el colesterol, las malas grasas, las sales, el exceso de agua y el teque, la muela, el panfleto (esas tres grandes obsesiones cubanas). Entre una cosa y otra, la novela perdió unas 50 páginas.
—¿Habías escrito antes, digamos, cuentos?
—Mientras viví en La Habana y, sobre todo, a finales de los noventa, yo era una máquina de escribir poesía. O, más específicamente, una máquina de escribir poemas y poemas. (El peoma es un poema tan escandalosamente malo que merece una categoría aparte). Producto de la censura imperante en Cuba, estos poemas y peomas míos de hace una década eran abstractos, simbólicos, de muy difícil lectura. El hermetismo de la voz poética de entonces respondía al hecho de que, en la isla, para decir “el perro tiene hambre”, hay que dar un elegante rodeo y escribir “me gusta mucho tu gato”. Esta peculiaridad hace que La Habana ostente el mayor por ciento de poetas y peotas por centímetro cúbico en el mundo.
Hasta el momento de mi llegada a los Estados Unidos, jamás había escrito ficción. Practicar dicho género en Cuba, para mí, era un desperdicio y un despropósito, pues la forma en que quería exponer y comentar la vida en la isla bajo la omnipresente bota del régimen castrista podría haber acarreado problemas que iban desde la inminente pérdida del trabajo (un trabajo miserable, pero trabajo al fin) hasta una posible sentencia por el folclórico delito que allá nombran “diversionismo ideológico”. De tal suerte, opté por escribir los antedichos poemas y peomas. Sin embargo, una vez en Nueva York, ya sin mesas redondas, ni CDR, ni Ley Mordaza, la novela se me reveló como el formato apropiado para lo que quería contar.
—¿Cómo definirías tu estilo de narrar?
—No quiero caer en arenas movedizas. Esto es territorio de la crítica. En lugar de describir mi estilo de narrar, aquí te dejo la primera oración de mi novela:
“La solución perfecta sería entrar al cuarto de su padre, echarle mano a la pistola y volarse la cabeza; aunque así estropearía la tradición de muerte natural en la familia y las alfombras persas que Enrique Martín, alias Pipo, había comprado en España en 1983 y que atesoraban colillas de cigarro, manchas de café, esperma de vela casera, pedazos de uñas mal cortadas y muy pocos recuerdos adolescentes”.
—¿Ha influido tu contacto con el inglés en tu forma de escribir en español?
—What do you mean? Bromas aparte, pienso que mi forma de pensar está condicionada por el idioma que hablo. Por ejemplo, en inglés mi sentido del humor difiere mucho del famoso choteo cubano. Sin embargo, en Salidas de emergencia, que transcurre en su mayoría en la capital de la isla, los habaneros hablan como habaneros, los españoles hablan como españoles y los policías hablan como policías, o lo que es lo mismo, ladran.
—¿Crees que la literatura puede cambiar la vida?
—Mira, me gustaría decirte que sí, pero temo pecar de iluso. A estas alturas del partido, me parece que eso no es posible. O sí lo es, pero parcialmente. Es decir, la literatura no pienso que tenga el poder para cambiar una sociedad, pero sí puede modificar ciertas vidas. He aquí un breve compendio de libros que me han cambiado la vida: A Small Place, de Jamaica Kincaid; Koba el Temible, de Martin Amis; Jorge Luis Borges (que no fue un hombre, sino muchos libros); Life of Pi, de Yann Martel; La ignorancia, de Milan Kundera... No menciono (a propósito) autores cubanos. Eso sería como saludar la bandera.
—La música en Cuba inunda el paisaje, ¿“se escucha” en Salidas de emergencia?
—Hazme el favor de leer mi respuesta al ritmo de “La Guantanamera”. “La música está presente / en mi primera novela. / La rumba se oye y se siente / y la cosa sigue en candela”.
—Naciste en la revolución, ¿le debes algo?
—Permíteme corregir esta graciosa imprecisión geográfica. Nací en La Habana. Y no me siento en deuda con la Revolución. O igual, sí: le debo estas ganas enormes de no querer volver a mi tierra natal.
—¿Por que abandonaste tu país?
—En Cuba, más tarde o más temprano, un escritor —de hecho, cualquier persona— tiene cuatro opciones: escribir para la gaveta (el silencio), escribir a favor del régimen (la complicidad), la cárcel o el exilio. Por otra parte, la Revolución ha creado otro deporte nacional: el suicidio. Si lo miras bien, en Cuba un escritor —de hecho, cualquier persona— tiene cinco opciones. Yo tuve suerte. Elegí el exilio.
—¿Regresarías a una Cuba libre?
—Muerto, ¿quieres misa?
—Acabas de presentar la edición italiana de tu novela en la Feria Internacional del Libro de Torino. ¿Cómo fue la acogida?
—Tuve dos presentaciones: la primera en Turín y la otra en una feria más pequeña, en Piano di Sorrento. Ambas fueron muy interesantes, de hecho, muy divertidas, y me di gusto ejercitando mi rudimentario italiano en las ocasiones en que no precisé de la ayuda de mi traductora (amiga e intérprete) Francesca Sammartino. La mayoría del público se mostró muy animada, con una curiosidad legítima por la novela y su fuente, esa isla caribeña de tan difícil comprensión para quien no la ha habitado. A lo largo de ambas presentaciones hicieron muy buenas y muy atinadas preguntas, que venían a cuento, y el intercambio fue muy fluido. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue que un par de espectadores intentó poner en duda la veracidad de “mi versión de Cuba”. No creas que hablo de mero escepticismo. Me refiero a propaganda castrista en estado puro. Aunque parezca mentira, en Europa todavía subsiste una imagen bastante edulcorada de la situación en Cuba. Esto se debe a que el régimen vuelca todos sus esfuerzos (y un presupuesto incalculable) para obtener lo que el poeta cubano Raúl Rivero llama “buena prensa”. Cuando le hablas a una audiencia que no es tu público natural —cosa que nos ha sido vedada a los escritores cubanos del exilio—, corres el riesgo de enfrentarte a un cúmulo de desinformación, mezclado con una ignorancia casi enternecedora. Por ejemplo, en el momento cumbre de la tontería, un compañero italiano me espetó que si yo estaba en contra de Castro era porque prefería la Cuba de la década de los cincuenta que, según él (y El Padrino II), era un prostíbulo de Estados Unidos. Le recordé al señor de marras que en la década de los cincuenta las prostitutas no eran graduadas universitarias y que, para mayor pena, Cuba es hoy un prostíbulo, no sólo de Estados Unidos, sino de Italia, España, Canadá, Alemania... entre una larga lista de países cuyos ciudadanos y residentes se apuntan al turismo sexual socialista. Acto seguido, el tipo hizo mutis por el foro. Lo más grato de todo fue que al final de dicho evento hubo aplausos y estrechones de manos en lugar de actos de repudio
Link original de la entrevista en Letralia: http://www.letralia.com/170/entrevistas02.htm
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