Misterio (Parte II)
Abel no aguantó la risa y soltó la carcajada –Debería dejar de leer tantos libros –le dijo–, esa es una idiotez. Lo que falta es que ahora me diga que somos personajes en busca de autor.
Doris miró a su esposo extrañada, pero no dijo nada en lo absoluto.
La profesora se molestó un poco. De hecho su segunda teoría, luego de descartar la que aseguraba que estaban muertos, era parecida a la de los personajes. De todas maneras se animó a soltarla.
–Bueno, quizá lo de la muerte sea exagerado, y estoy de acuerdo con lo de mi imaginación, por eso me atrevo a pensar que en realidad lo que está pasando aquí lo estoy leyendo en alguna parte. Por eso no estaba yo en el autobús. En ese momento no me había involucrado tanto con la historia, ya me ha pasado antes. No tan vívido, claro. Verán, mi imaginación es muy prolija. He leído tanto... no saben lo reales que pueden parecer las cosas cuando uno aprende a usar la imaginación.
– I got to go! –dijo el niño que había aparecido de la nada.
– ¿Ahora Abel? pero, por Dios.
En ese momento la profesora se había quedado pasmada. – ¿Quién es ese niño? –preguntó.
– ¿Cuál niño? –dijo Doris–, es Abel, mi marido. Ha estado hablando con él toda la mañana, ¿no lo reconoce?
– Pero ¿cómo lo voy a reconocer? El que acaba de salir al baño tendría unos siete años, no me dirá usted que esa es la edad de su marido.
– No, por supuesto que no –dijo Doris–. Pero el que acaba de salir no tenía siete años. No sé qué cosas está viendo usted. Tal vez lo de la imaginación sea cierto.
– ¿Me dice que estoy inventando cosas? ¿Duda de lo que digo?
– De ninguna manera, pero conozco bien quién es mi marido. Por cierto, lo conozco tan bien que no sé de dónde pudo haber sacado la referencia de los personajes en busca de autor. Estoy muy segura de que no sabe quién es Pirandello. Llevamos casados 28 años y no hay manera de que vaya al teatro, con decirle que ni el cine le interesa. ¿Me quiere explicar entonces de dónde sacó lo de los personajes? Estoy empezando a pensar que quizá usted tenga razón.
–Entiendo. Le pido disculpas, pero le aseguro que yo vi a un niño. De todas maneras eso no quiere decir nada. Aunque estuviéramos seguras de que esto lo estoy viviendo yo en mi imaginación, no sabría de dónde vienen ustedes, o cómo sacarlos de aquí.
-Tal vez debamos empezar por el principio. ¿Dónde estamos? ¿Dónde vive usted? ¿Dónde queda esta escuela? Nosotros íbamos camino al aeropuerto... espere un momento... ¿qué aeropuerto? No puedo recordar dónde estábamos nosotros, sé que íbamos a casa, pero tampoco sé dónde queda esa casa. Dígame, ¿usted recuerda algo?
-No, lo siento. Aquí es donde estoy, es todo lo que sé. Si bien se mira tampoco parece una escuela. Nunca me había cuestionado tanto mi existencia. Para mí las cosas eran como eran y ya está. Pero usted dijo que llevaba 28 años de casada con su esposo, algún recuerdo deben tener del pasado juntos.
-Sí, claro. ¿Dónde estará Abel? tal vez él, que es hombre, no esté pasando por esta especie de bloqueo. Las mujeres tendemos a ser más imaginativas.
-Y más histéricas –dijo la profesora.
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