El sueño y la pesadilla

Por Matusalén Gómez

Gracias a una cadena de sucesos que no deseo narrar en este momento, desde hace mucho tiempo el sueño se despidió de mí. Para esa carencia desarrollé una buena respuesta, -bueno ya no sueño porque ni falta que hace… es tanto lo que he visto del mundo que se cerró esa puerta –me dije a conveniencia. Obviamente también las pesadillas se alejaron en el mismo viaje.

Como consecuencia me convertí en un ser casi plano en su estructura onírica. Con tantas cosas que ocurren a diario si te sumerges en ellas terminarás en el psiquiátrico de Bárbula sin pasaje de regreso –eso también me lo decía.

Pues sí, casi era la completa felicidad y pasaban los días y llegaron los meses y aun años sin saber lo que era un alegre despertar producto de un hermoso sueño. A veces en el día, cuando leía algún artículo referente a los sacrificios de los musulmanes y su recompensa, pensaba en las bellas huríes y aquellos campos con hermosos bosques, las vasijas llenas de alimentos y licores servidos en la boca por las bellas damas todas vestidas con sugerentes prendas que dejaban muy poco al sentido común y presagiaban hermosos e íntimos momentos de grato placer -bahh…. pura realidad -me decía- y continuaba con mi vida.

Pero en la vida, mi amigo nada es completo, por allí dicen que los “seres humanos somos hechos a la imagen y semejanza de nuestro Señor”. Algo que siempre he puesto en duda, y tema sobre el que no hablaré en este relato.

Pero resulta que una noche cualquiera, después de haber consumido una pastillita inducidora del sueño y la tacita de manzanilla, amén de mi rezo nocturno, me acuesto y, vaya sorpresa, comencé a soñar. Por las barbas del profeta, me encontraba en un sitio abierto en la selva, una especie de patio con troncos de árboles como asientos que rodeaban el espacio. Allí estaban todos mis hermanos y vade retro “el lengua” estaba instalado en un asiento un poco más alto, parecía un juicio. Ahora escuchemos de qué trataba.-

En efecto el camarada “el lengua” estaba tomando el juramento a los acólitos del proceso; un libro gordo y antiguo, se usaba para efectos del jure. Una cosa del otro mundo, y sí, allí estaban mis fratellos en posición de sentados en escucha de las palabras (siempre pocas y cortas) del ya nombrado que, como cosa rara, se extendía en salmodiar las maravillas del pasado que serían las mismas pero potenciadas en la palabra del futuro.

Yo, impávido, escuchaba y me preguntaba ¿Qué hago yo aquí? Entonces llegó el momento del juramento.

Cada uno de mis hermanos se acercaba y a la voz de ¿jura usted? con la mano puesta sobre el lomo del libro, declaraban solemnemente ¡sí juro! Vaya vaina me decía, en mi apartado silencio. Y así fueron pasando hembras y machos; hasta siete. En aquel momento sentí la mirada de todos sobre mí, ya que al unísono me preguntaron ¿Y tú, no vas a jurar? sin pararme del tronco que me servía de asiento, levante la mirada y dije: no, no tengo porque jurarle a lo que nunca he aceptado. Las miradas aceradas y todas sin despegarse de mi se convirtieron en palabras y también al unísono, escuche: ¡Ya lo sabíamos! y desperté sobresaltado, sin creer lo que me había ocurrido.

De verdad les digo, si el sueño va a regresar así para echarme esta lavativa, mejor que se quede por allá, en el limbo o mejor en el sueño de los justos. Amén.

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