Una noche extraña

La noche comenzó un tanto extraña. Había tenido una semana de trabajo intensa y dejar la computadora a las 6 de la tarde (hora del este) había sido una decisión difícil de cumplir.

Pero era jueves, y a mí los jueves me gustan. Me parecen días que hay que aprovechar, son todo expectativa. No hay obligación de pasarla bien.

Estaba a punto de salir, antes de ir a la presentación del libro, que era a las 7, hora de Venezuela (7.30 hora del este), cuando comencé a sentirme mal. Toda la semana había estado así. Sin fuerzas, con dolor de estómago… pero me había hecho el ánimo de ir, así que me senté un rato en el balcón, a ver si la brisa caraqueña me devolvía un poco a mi estado natural. Hacía un calor del demonio.

Para cuando me sentí un poco mejor eran ya las 6.30. Aún pensé que me daría tiempo… debía pasar por un cajero automático a buscar dinero y luego a la tintorería para dejar el vestido que se suponía que iba a utilizar el sábado para ir a una Primera Comunión.

Estaba a medio camino de la tintorería cuando me di cuenta de que había dejado el celular. Alarma, no se puede estar sin celular en Caracas, más si una va sola y sin carro. Me devolví resignada, hoy no será que lleve el vestido.

Normalmente camino muy rápido, la distancia entre Bello Campo y Los Palos Grandes la recorro en unos 10 minutos, pero me sentía mal, así que los pies me pesaban. A las 7 de la tarde llegué, puntual, al sitio de la presentación del libro.

No había prácticamente nadie. Esperé, filosofé sobre el árbol de la plaza, escribí sobre él en mi cuaderno de notas. Esperé. A las 7.30 comenzó a aparecer alguna persona. El evento comenzó pasadas las 8.

Para entonces ya estaba instalada conversando con un grupito. Hablamos de libros, de Javier Marías, de trabajo, de Nueva York, de Caracas, de Reality Shows, de colegios caraqueños, de blogs, de Facebook. Intercambiamos direcciones de blogs, datos, etc.

La presentación transcurrió sin novedad. En Caracas es al revés que en NY. Allá se lee siempre un extracto del libro para que la gente se quede con hambre… para que le den ganas de leerlo y lo que quizá sea más importante en el mercado estadounidense, de comprarlo. Aquí en cambio, a las presentaciones del libro hay que ir con el libro leído, o al menos saber de qué va… si no es como si hubieras ido al colegio sin hacer la tarea. Hago una nota mental, tengo que comprar el libro.

Luego viene el brindis, el vino se reparte.

Nuestro grupito ha crecido y se ha alegrado.

Cuando ya la cosa va menguando, la gente se ha ido y el vino ha dejado de circular, dos de las chicas con quienes he pasado la noche hablando dicen que hay algo en BarraBar, un asunto de unos videos, que por qué no vamos. Yo explico que no tengo carro, pero que bien, si me llevan yo voy.

Así, termino en el carro de una desconocida, camino a ver los videos. Llamo a Pedro que se ha quedado en la casita y le digo el plan.

Para colmo de males, se me olvidó la clave de mi tarjeta y el cajero no me deja sacar plata. Estoy con dos desconocidas y además sin plata… igual tengo tarjeta de crédito, me relajo, pagaré una ronda, me digo. Nos instalamos en un rinconcito como mejor podemos. Una de las chicas va a buscar unos traguitos y aparece con una botella de vino.

Hablamos, hablamos, vimos los videos, bebimos vino y al final terminó siendo la mejor noche que he pasado en mucho tiempo. Terapéutica, relajada, desenrollada.

Qué cosas, ¿no? Cosas que pasan en la ciudad.

Chicas, en serio, les debo una botella de vino.

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