El remedio

Por Marie Michelle Magloire Pavitt

Cuando el camarero se acercó a tomarnos la nota, yo me pedí un té de hibiscus. Me encanta ese té. Me gusta su sabor rojo y me hace caer en un estado de relajación total. Nada más nombrarlo, Carolina se me quedó mirando con cara de asco. Le pregunté por qué y me confesó que no puede tolerar el té de hibiscus. Desde que su madre se lo diera de infusión curativa para todos los males, no deja de asociarlo con dolor, con enfermedad, con obligación. Le da nauseas. Le repugna su olor y no puede ni verlo. Es una verdadera lástima. Para mí el té de hibiscos es uno de los mayores placeres con los que me puedo encontrar.

Pero entiendo a Carolina perfectamente. Hace algún tiempo comenzó a salirme la muela del juicio. Cuando ya creía que nunca llegaría a esta edad, comenzó a salir. Viéndolo desde lejos ya puedo entender que fue una señal. La muela del juicio. La cordal, la de la cordura.

El dolor comenzó a ser intolerable. Partía de la base de la mandíbula y llegaba hasta el oído. Me atacaba en las noches mientras dormía y me despertaba. Caminaba de un lado de la casa para otro buscando consuelo. Era desesperante. O en la oficina mientras trabajaba de la nada comenzaba a doler. O en el medio de una sesión de cine explotaba y palpitaba.

Comencé a buscar remedios contra el dolor con desesperación. Engullí toda clase de pastillas. Analgésicos, antiinflamatorios, aspirinas. Cuando acabé con el botiquín de casa salí a hacer ronda por las farmacias de barrio contando mi desgracia. Más analgésicos, más antiinflamatorios, más aspirinas que más allá de mitigar el dolor nunca llegaban a deshacerse de él por completo.

Decidí buscar información en internet para remedios contra el dolor. Encontré muchos artículos y recetas naturales. Recetas de la abuela, ritos mágicos camboyanos, plantas indígenas y emplastes de sustancias desconocidas que no podía encontrar en el herbolario de la esquina. Hasta que encontré un artículo que hablaba de las propiedades analgésicas de las endorfinas. Una de las formas más sencillas y baratas de generar endorfinas era a través de los orgasmos.

Cuando me empezaba el dolor en casa en medio de la tarde, cerraba las persianas para que no me vieran las marujas que siempre están asomadas en el edificio de enfrente. Que comenzaba el dolor en la oficina, una excursión de diez minutos al lavabo era más que suficiente. En el cine con aquella oscuridad y un poco de contención era cosa sencilla. Probadores de El Corte Inglés. Ascensores. En el coche. En medio de una merienda con los amigos. Era un remedio mágico. Tan pronto explotaba de felicidad el dolor se iba. Y cuando regresaba, no tenía más que volver a explotar.
Eventualmente comencé a aplicar esta solución no sólo para el dolor de muela. También para el dolor de cabeza, para las agujetas, para los dolores del meñique, para la angustia, para la depresión, para los malos pensamientos e incluso para el mal de amor.

Por eso mientras disfrutaba de mi té de hibiscus y Carolina, entre sorbo y sorbo de su cocacola, me contaba con lujo de detalles su apasionada noche con Juan, me quedé mirándola con cara de asco. Cuándo me preguntó por qué, le confesé que no puedo tolerarlo. Desde que me auto medicara con placer como solución curativa para todos los males, no dejaba de asociarlo con dolor, con enfermedad, con obligación. Me da náuseas. Me repugna su olor y no puedo ni pensarlo.

Comentarios

matusalen gomez dijo…
Vaya mes de abril y comienzo de la primavera., tu blog, se luce de lo profano a lo divino, (hay orgasmos, hay fuego y hasta princesas incom-
prendidas hasta la repugnancia, mas equilibrado imposible, solo faltan
las luces bajas y las flores rojas,
!!el espectaculo ha comenzado!!

Entradas populares