Una historia de princesas

Lo confieso. No me gustan las princesas. Me molestan, de dan grima.

Los movimientos lánguidos y lentos de las princesas-gatas me aburren. Los gráciles y ligeros de las princesas-hadas me dan ganas de vomitar. Yo tengo mi propio peso. No se puede andar por la vida levitando ni mirándose a los espejos.

Piecitos frágiles y chiquilines, piel delicada, manos de algodón, cuerpo de plumita y boca de fresa. No las soporto.

Habría que bajarlas de la nube. Traerlas a la vida sin príncipes azules.

Un baño de agua helada, un poco de trabajo.

Voces poderosas. Niñas flojas. Viejas aniñadas a conveniencia, manipuladoras de lágrima fácil. Ah, las uñas, oh la cicatriz, ahhh un insecto. ¡Pendejas!

El tiempo de las princesas parece estirarse infinitamente.

Por todo, pero principalmente por eso, las envidio. ¡Bah, estúpidas princesas!

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