Condenación

Por Matusalén Gómez

El tiempo siempre inexorable había pasado: 1, 2, 3, 4, 5, y hasta 11 años, pero nada había cambiado, más bien de hecho no solo pesaban los 11 años, era que el retroceso era de casi un siglo.

Los jóvenes que se dice eran el futuro de la patria, escapaban ante la falta de oportunidades en su constante búsqueda de trabajo, los ya graduados viendo frustradas sus opciones luego de haber hecho sus especialidades aplicaban para optar cargos en Australia, Dubái, Canadá y un largo etcétera.

Frustradas sus inquietudes, y sobre todo por la inseguridad reinante en el país, volaban con sus familias hacia otros destinos, el país se vaciaba en lo más sensible: sus intelectuales.

La división de la nación en revolucionarios y contras, según la biblia revolucionaria, hacía estragos y los organismos creados para la batalla fiscal, actuaban a discrecionalidad de sus funcionarios, quienes acosaban a industriales, comerciantes, productores, importadores y todo lo que oliera a productividad, beneficio, ganancia, regalías, utilidades. Según el Marx resucitado, todo lo que oliera a capitalismo debía ser neutralizado sin importar cuántas, personas fueran a la calle.

Se expropiaban a gusto de ######, quién sin importarle un carajo el daño que se le hacía al país no paraba en sus peroratas diarias, no le importaba que se secara el Guri y que ardiera el país por los cuatro costados; el pavoroso mundo de ###### y su banda hacía de las suyas; las policías creadas para resguardar los derechos y los bienes de los ciudadanos actuaban con patente de corso en secuestros, vacunas, trafico de cualquier vaina que se les ocurriera siempre y cuando quien pagaran las consecuencias fueran “escuálidos”.

Pero todo lo antes descrito quedaba en la penumbra, porque la madre naturaleza, que tanto le había costado parir a ese pedacito de tierra (llamado Venezuela) y que en su placenta sembró toda clase de riqueza, había decidido cobrar venganza. Se sucedieron cosas nunca vistas: se secaron lagos y ríos, las montañas preñadas de bosque ardían por los cuatro costados, el agua desaparecía y en consecuencia los animales morían de sed, el mar se alejo de las costas, y el calor era tal que más bien parecía una hoguera encendida donde quiera que había gente.

Al secarse los embalses se sucedió la falta de energía eléctrica y como efecto de tales fallas, en lo que quedaba de país, poco a poco pero inexorablemente, se fue paralizando, apagando, agonizando.

Josefina lo dijo: “las cosechas se perdieron, los animales se murieron y la ola de calor es insoportable, nunca habíamos visto tal cosa, ¡es horrible!”

Pero el ######, seguía generando odio y separando hermanos, en ningún momento pensó que la palabra mata; por ello y ciego ante su condenación, no percibió la cruz que cargaba el pueblo y cuando la hora llegó, tampoco creyó en lo que frente a él surgió, por ello la llamarada más roja -rojísima- salida de quién sabe dónde lo envolvió, y así como llegó desapareció.

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