Incisos, narcisos e indecisos

El tipo me escuchaba, o al menos fingía hacerlo, y se miraba al espejo.

No sé realmente cómo yo podía mantener el hilo de la conversación, si es que de verdad lo hacía, cuando en realidad lo que me pasaba por la cabeza era otra cosa.

"Y como no tengo complejos,
me miro siempre en todos los espejos
antes de echar los tejos"

La cancioncita sonaba una y otra vez en mi cerebrito y al mismo tiempo pensaba:
1) Este tampoco tiene complejos.
2) Mirarse al espejo en plena "cita" es igual de válido que hacerlo antes de echar los tejos? Es decir, ¿se estaba preparando para cortejarme ahí mismo, en frente de mí, o simplemente era un vanidoso? y
3) finalmente pensaba ¿por qué me toca precisamente a mí un tipo que no le teme a los espejos cuando yo, en la medida de lo posible, les huyo sin remedio. Según la canción, yo debo ser una gran acomplejada.

Comprobando, una vez más, que las mujeres sí somos multitasking me enteré de que, sin darme cuenta, hasta una pregunta le había hecho a mi galán.

¿Qué le habré preguntado? Toda mi atención, esta vez sí, estaba centrada en descubrirlo.

Por un momento me invadió el pánico ¿Habré sido capaz, o habrá sido capaz mi inconsciente en todo caso, de preguntarle algo sobre su narcisismo? No, para nada, no tarde mucho en descifrar que mi pregunta estaba relacionada con la comida, en lo que pediriamos para cenar.

Porque estábamos en un restaurante, era una cita, así que había una cierta esperanza de que, en efecto, me estuviera echando los tejos.

A estas alturas lo menos que me importaba era la comida. Me parece que al mismo tiempo descubría que el narciso tampoco me interesaba.

Así que empecé a jugar. Me convertí en su espejo, solo que yo estaba viva, lo miraba y lo juzgaba con parámetros menos benevolentes que con los que se juzgaba él mismo.

La nariz, demasiado grande para el resto de su cara, desentonaba enormemente con su pequeña boquita. Imaginé que no me gustaría besar esa diminuta boca ratonil... los ojos no estaba mal, algo vacíos, y claro, es que no me miraban a mí sino al otro espejo, al frío.

No podía dejar de pensar en ue sentiría sus bigotes, los del ratón, el hombre de la cita iba bien afeitado, y que me harían cosquillas y que me moriría de la risa. De ahora en adelante mi cita es un ratón. Hice esfuerzos por sacarme la imagen de la cabeza, seguí escudriñándole el rostro con un detalle digno de lo que yo representaba en ese momento, su espejo.

Así que haber perdido absolutamente el interés por el narciso roedor, excepto como objeto de estudio, era algo de lo más normal. Pero él hizo algo: habló.

Todos sabemos muy bien que los espejos ni escuchan ni hablan. Me obligaba con su voz a abandonar mi juego. Eso no me gustó nada, pero hubo algo más, su voz me gustó, o lo que dijo, no puedo estar segura.

Con una simple palabra vuelvo a convertirme en la persona que había accedido desde el principio a ir con él a la cita.

Solo me quedan tres dudas: ¿me gusta o no me gusta?, ¿lograré deshacerme de la imagen ratonil que yo misma construí? y ¿qué habré pedido de cenar?

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