De La vieja sirena

Más adelante encontrarán un texto en el que hablo de este libro, más específicamente del tiempo del lagarto, para no dejar a los lectores que no hayan tenido el placer de leer este libro de Sampedro, aquí les va un trocito, a ver si le agarran el gusto.

«has estado a la muerte», me repiten, y era estar en la vida, gozar la mortalidad, la vida no es Momento permanente, ese Vértigo dado por Ahram, si lo fuera no percibiríamos su explosión, o quizás la vida toda es Momento pero nosotros incapaces de sentirlo, decimos «vida», «río», «fuego», sin vivirlo, tomamos por llamaradas las brasas del hogar, por amor el placer, por exaltación la existencia, por eso mi fiebre era estar viva, una hoguera como el faro, consumiéndome pero encendiéndome, ardía en ella todo mi pasado, la mar y la isla, el harem y Domicia, Ahram y Zenobia, todo chisporroteaba, todo hervía, «está delirando», decían, estaba viviendo, la fiebre me hacía llama, avivada a la sombra de la muerte, y al fin llegó el lagarto, su tiempo inmóvil que trajo todo al orden, ¡qué claro lo importante!, Yazila y Zenobia disipadas, y el poder y la envidia, todas las mezquindades, en cambio refulgía lo perenne, amores y amistad que son lo mismo, Ahram y Eulodia, Krito y Bashir, Domicia y Malki, y el calor de la vida: el sol y el mar, todo activo en el tiempo del lagarto, qué claridad para verme, «¿es que te ves tú misma?», dijo Krito, ¿cuánto tiempo ha pasado de aquel día?, el tiempo del lagarto: suficiente para verme muy adentro, ahora sí que podría contestarle a Krito, y le contestaré según pregunte, y nos contestaremos ciertamente, «en ti no hay dos Glaukas», ¿y qué falta hacen? en una estoy toda, ¡qué inmaduros los hombres, siempre analizando, clasificando! ¡Incluso Krito, mucho más sabio que el niño Ahram!

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