De como un viaje de 15 minutos se convirtio en uno de 50

Debíamos estar en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela a las 7 de la noche.

La Universidad está a solo cuatro estaciones de nuestra casa, un recorrido que normalmente debería tomar unos 15 minutos, como máximo, pero sabíamos que debíamos salir al menos una hora antes.

Era plena hora pico y otras circunstancias inesperadas harían más complicado el asunto.

Llegamos a la estación del metro de Altamira a las 6 de la tarde. Bajamos al andén y nos pusimos en una de las colas que se forman delante del sitio donde se abrirán las puertas del vagón.

Una vez allí, los altavoces hacen dos anuncios: primero, que debido a que el andén ha llegado a su máxima capacidad, se está restringiendo la entrada; segundo que la entrada, hoy, es gratis. Claro, las razones de esta medida, como todo en esta ciudad, son políticas, el domingo hay elecciones de nuevo y hoy ha habido una concentración del gobierno.

Ya sabíamos que tendríamos que dejar pasar varios trenes antes de poder entrar. Los trenes venían tan llenos que apenas cabían un par de personas por tren. No se bajaba nadie en nuestra puerta y la frecuencia de los trenes no era tan rápidamente como esperábamos.

La opción de irnos cinco estaciones hacia el este para devolvernos hacia el oeste en un tren más vacío se nos cruzó por la cabeza. Pero no, ya estábamos cerca de la puerta, uno o dos trenes más y ya estaríamos dentro. El vagón frente a nosotros del siguiente tren que pasó estaba cerrado.

La puerta de al lado se cerró dejando afuera la panza de un valiente que quiso desafiar las leyes de la física. No le atrapó un brazo, ni un pie, ni un bolso, sino la barriga. El asunto era para reírse.

En el próximo entraron, muy apretadas, cuatro personas.

Tuvimos suerte, en el vagón al que logramos subirnos finalmente, al menos se podía respirar y el aire acondicionado funcionaba. Aún había que pasar la dura prueba de la estación Chacao.

La cosa estuvo ligera en Chacao, pero uno de los chicos del tren dice lapidario: "Esto no es nada, lo peor es Chacaíto". ¡Y lo era!

Hasta entonces la gente había entrado de manera más o menos civilizada. Había esperado, dentro de lo posible, que las personas salieran para entrar luego, pero en Chacaíto la cosa cambió.

Se convirtió en un maremagnun de gente que quiere pasar a como dé lugar, que empuja, que grita, que atropella y que además, lo hace todo con una sonrisa en la cara, como adolescentes que juegan tonga, o quemado o uno de esos juegos agresivos con los que los chicos se divierten.

-¡Cuidado, que hay un niño aquí! –grita alguien.

La agresividad alegre contrasta con la cara de angustia de la gente que está tratando de oponer resistencia.

¡Aguante!, ahora sí que estamos como sardinas en lata... y todavía faltan dos estaciones.

Salir por la puerta del lado opuesto al que estamos será una odisea. Se siente la ansiedad. Agarro bien el bolso, nos preparamos para entrar al torbellino de personas. Empujamos, hay gritos, luego ya está, salimos a la estación.

Tenemos la opción de transferir a otro tren que nos lleva más cerca, pero qué va. Son las 6:50 y caminando, al menos tenemos el control de las cosas.

Cuando llegamos a la puerta del Aula Magna son las 7 en punto. Estamos en una pieza y al fin podremos disfrutar del espectáculo.

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