¡Para que aprendas!

Por Matusalén Gómez

Me habían advertido que no me metiera con las avispas porque picaban duro, pero para mí era como una prueba y mantenía mi inquietud, tenía amigos que habían sido picados, pero de verdad que no creía cómo un animalito tan pequeño pudiera causar tal efecto.

Más de una vez habíamos ido a ver donde estaban los nidos, en árboles y en las esquinas de puertas y ventanas de casas abandonadas; de las que en el barrio quedaban algunas.

Me gustaba el zumbido al pasar volando al lado de un panal, sobre todo las llamadas matacaballos zumb, zumb, zumb, zumb; y aún corriendo movía las manos cerca de los oídos.

Pero el día llegó, estábamos la pandillita en la esquina del barrio y nos llegó la informacion: muchachos hay un nido de avispas matacaballos en la tercera calle y es bien grande. Nos vimos a la cara y pensamos casi al unísono, es la oportunidad; y cual soldados a la ofensiva nos fuimos a la batalla. En mente teníamos destruir el nido de avispas.

Éramos como seis. Solo recuerdo a Omar, mi compinche y bueno, los jodedores de siempre. Tomamos unas piedras como armas y arrancamos escaleras arriba buscando la tercera calle, llegamos a la pila de agua y cruzamos a la derecha. No nos veíamos las caras pero el plan estaba trazado e íbamos a su ejecución, continuamos con paso rápido hacia el objetivo y a mitad de calle tal como se nos indicó, escuchamos el zumbido de las avispas.

El avispero era muy grande y como cuidando su casa se encontraban muchas avispas volando alrededor. Llenos de adrenalina nos vimos por última vez las caras y emprendimos a pedrada limpia contra aquellos animalitos. Yo sentí cuando el proyectil que disparé dio en el centro del avispero, pero tan rápido como lo disparé sentí en mi cabeza metido en el cabello un gran dolor.

Ciego por el dolor arranque a correr calle abajo, pero nada, las matacaballos me seguían y me picaban a gusto. Moviendo las manos intentaba en la carrera quitármelas de encima, y gritando auxilio crucé la calle de la pila de agua y me lancé escaleras abajo y sentí que las avispas ya no me perseguían, pero sentía un ardor terrible en la cara y los brazos.

Me senté llorando y comencé a tocarme la cara y ¡cara madre mía! tenía en la cabeza hinchazones por todas partes, cerca del oído, en la frente y aquello me ardía como el diablo; Omar a mi lado estaba igual y nos veíamos uno al otro sin saber qué hacer. Mi Dios, qué dolor.

Los vecinos que pasaban a nuestro lado se reían y celebraban lo ocurrido ya que conociendo de nuestras andanzas pensaban que nos lo merecíamos. Después de aquel desastre dolorido, rendido y cabizbajo me fui a la casa, donde esperaba cierta comprensión; Mi vale, lo que recibí fue tremenda reprimenda y un ¡bienhecho, eso es para que aprendas y más nunca te metas con las avispas!

Lección aprendida. En estos descubrí un nido en las palmas y desde bien lejos las observé y dije, Matusalén, ni se te ocurra y Matusalén se respondió: ¡Ni loco, amigo mío, ni loco!

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