A vuelapluma - Diabetes
Mi prima Adriana está enferma. Mi mamá siempre decía que esa niña se la pasaba yendo al baño, que comía mucho, que le faltaba energía. Mi mamá vio bien los síntomas, pero lo que nunca se le ocurrió fue el diagnóstico.
Hace unos meses Adriana salió del Hospital de niños después de haber sufrido un coma diábetico. Eso significa que Adriana no puede comer más dulces, ni tortas, ni caramelos, ni chocolates, ni pan, ni cosas con harina y lo que es peor aún, que tiene que inyectarse todas las mañanas una cosa llamada insulina.
Todas las vacaciones Adriana las pasa en mi casa. Es mayor que yo y menor que mi hermana, así que es como la hermanita del medio. Cuando la veo en las mañanas inyectarse en una pierna hoy y mañana en la otra o en el brazo o en la nalga, pienso que es muy valiente.
Sí, Adriana es una niña valiente porque si tuviera yo que dejar de comer dulces o si tuviera que inyectarme todos los días una cosa que está en la nevera y que me imagino que entra fría en mi organismo no sé cómo me lo tomaría.
Ella, en cambio se lo toma con mucha tranquilidad. A veces llora porque le cansa tanto pinchazo, pero sabe muy bien que su vida depende de esa inyección. Una lección muy complicada para una niña de 9 años.
Hace unos meses Adriana salió del Hospital de niños después de haber sufrido un coma diábetico. Eso significa que Adriana no puede comer más dulces, ni tortas, ni caramelos, ni chocolates, ni pan, ni cosas con harina y lo que es peor aún, que tiene que inyectarse todas las mañanas una cosa llamada insulina.
Todas las vacaciones Adriana las pasa en mi casa. Es mayor que yo y menor que mi hermana, así que es como la hermanita del medio. Cuando la veo en las mañanas inyectarse en una pierna hoy y mañana en la otra o en el brazo o en la nalga, pienso que es muy valiente.
Sí, Adriana es una niña valiente porque si tuviera yo que dejar de comer dulces o si tuviera que inyectarme todos los días una cosa que está en la nevera y que me imagino que entra fría en mi organismo no sé cómo me lo tomaría.
Ella, en cambio se lo toma con mucha tranquilidad. A veces llora porque le cansa tanto pinchazo, pero sabe muy bien que su vida depende de esa inyección. Una lección muy complicada para una niña de 9 años.
Comentarios