La quema de los libros

Por Matusalén Gómez

Por vicios que me he ido creando en el tiempo dejé de leer, aunque no en forma total. Siempre había una excusa para tomar un libro viejo y releerlo y siempre me decía a mí mismo, ya compraré nuevos libros; así el tiempo, nuestro inexorable amigo, fue transcurriendo mientras yo disfrutaba de aquel vicio y volvía a tomar a mis viejos amigos.

Pero como toda obra humana que tiene su final, llegó el día de la mudanza y el espacio, que es lo poco que exigen nuestros silenciosos acompañantes, se estrechó. Debía tomar una decisión.

Cuando leí hace mucho tiempo sobre la Noche de los cristales rotos y otras acciones en la Alemania nazi, siempre me llamó la atención la quema de los libros escritos por autores de ascendencia hebrea; y ver aquellos miembros de las milicias de Hitler lanzar en la hoguera el pensamiento escrito en una especie de aquelarre se me grabó en la memoria. Por ello, cuando ejecuté la mudanza y ante las cajas gordas y pesadas de tantas expresiones escritas por la mente, muchas veces enfiebrada, de escritores conocidos y famosos tomé la decisión de quemar los libros; quizás como una forma de desprenderme de parte mi pasado.

Abrí la compuerta de la pick-up y encendí con gasoil unos periodicos para crear una pequeña fogata y bajé las cajas que contenían aquel mundo de sapiencia e intelectualidad. Allí estaban Neruda, Gallegos, Bukoswki, Wallace, Mistral, Vargas Llosa, Herrera Duque, García Márquez, y muchos otros a los que no menciono por que la memoria me traiciona. Y uno a uno, rasgando sus páginas para que así fueran consumidos más rápidamente, los fui lanzando a la candela.

Un humo denso y acre surgió, me imagino a Jorge Amado recientemente fallecido y a Doña Flor con sus dos maridos ardiendo en aquel pequeño infierno; Miller achicharrado por culpa de su Sexus y Trópico de Cáncer; Gallegos en busca de resucitar aullaba al son de un joropo que Santos Luzardo disfrutaba en el llano adentro. Sin dolor en el alma tomé a Herrera Luque y solos dejé a los Amos del valle y a Boves en sus correrías intentando escapar vía el purgatorio. El cubano, Alejo Carpentier escapaba de El reino de este mundo. Ya no había marcha atrás porque la roja candela alcanzaba ya una buena altura y el calor que desprendía no permitía acercarse a aquel pequeño infierno.

Muchos libros de diversa y variopinta literatura se resistían a arder, sobre todo los de carátula en tela, pasados de moda. Ya mis sentidos exacerbados no se detenían ante ningún autor: americano, indio, europeo, eslavo, negro, zambo o moreno, todos al fuego, que todo lo purifica.

No niego que por momentos el instinto de bárbaro quiso que yo también comenzara una danza delante de aquel fuego. Pero mi instinto racional se impuso y me detuve, ¿hasta donde podía llegar aquel momento de purificación o de transcision? Como consecuencia se salvaron unos cuantos ejemplares, y hoy día en la biblioteca conservo algunos de los no purificados más otros que he ido agregando y que en mis momentos de tranquilidad me dedico a leer.

Más adelante les relataré mi opinión non sancta, sobre algunos de ellos.

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