Starbucks

Bermellón

Cuando llego ella ya está ahí. Al principio no me fijo en ella porque estoy concentrada en buscar un asiento. Paso dos horas todos los viernes en este Starbucks de la 86 con Ámsterdam.


Es una de las primeras noches heladas de este otoño, debe ser por eso que el sitio está tan lleno. Pido una infusión de hierbas a las que los gringos llaman té aunque no tengas té y abarco con la mirada el local. Nada, ni una mesa. La gente se pasa las horas aquí aunque el café se les haya acabado horas atrás... o se les haya enfriado.


Hay un espacio en las mesas donde conectan las laptop. Ni modo, me toca sentarme aquí con todos mis aparejos.


Le pongo azúcar a la infusión, con calma, y saco del bolso verde el libro que me dispongo a leer. Saco también la libreta y tres bolígrafos con borra: uno negro, uno azul y uno rojo.


Todo esto lo hago muy lentamente, no hay prisa, no han pasado ni cinco minutos desde que llegué y a veces el tiempo de difícil de matar. Como pasa el tiempo cuando uno se divierte.


Empiezo a leer sin dejar de estar atenta alrededor a ver si alguna mesa se desocupa, entonces la vuelvo a ver. Tiene el pelo corto. Corto de verdad para ser mujer. Rojo bermellón ¿Qué color es bermellón? Está haciendo tiempo como yo. Reconozco la parsimonia de los movimientos, el exceso de detalle que le dedica a cada movimiento. La compulsión con que lee cada línea del periódico, cada artículo. Demasiada meticulosidad.


Mira la hora en el reloj del celular. Revisa, juega con el teléfono que no ha sonado desde que yo la estoy observando.


Alguien se levanta de la mesa de al lado, así que mudo todas mis cosas –esta vez sí- con movimientos rápidos, precisos. Si no me apuro alguien puede arrebatarme la mesa. Primero el vaso con la infusión y el libro. Una marca definitiva de territorio. Nadie puede ya pensar que aquí no hay nadie. Luego la chaqueta, la cartera, el bolso con las cosas del volei.


Mi nueva mesa queda ahora más cerca de la de ella, casi al lado, un poco diagonal. Sigue escrutando el periódico, lo mira como si estuviera buscando algo, pero no se concentra. Está pensando en otra cosa. No la ha llamado. Ella sigue con el teléfono en la mano. ¡Suena! Ella se incorpora pegando un salto emocionada. Llamó —piensa— (o eso pienso yo que piensa), pero no responde. Se queda leyendo el periódico como si lo que estaba leyendo fuera más importante que esa llamada por la que ha estado esperando quizás toda la semana. Deja que la llamada caiga en la contestadora, sin levantar la cara del periódico. Falsamente indiferente.


Entonces toma el teléfono, mira el número, revisa el mensaje, anota el número (incomprensiblemente porque los celulares guardan los número de teléfono) y devuelve la llamada. Hi! I’m sorry. I missed your call.... Han quedado. Su acento es marcadamente extranjero, como el de todos en esta endemoniada ciudad, como el mío.

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