Espacios

Extraño el tiempo de transición que tenía en Nueva York. Montarme en un tren congestionado (pero no tanto) cada mañana me daba media hora para escribir; la vuelta me daba otra media hora y si iba a mis clases, a veces podía gozar de una hora entera.

No siempre escribía, a veces solo observaba, leía, oía música, o simplemente esa media hora me servía para dejar de lado el estrés del trabajo y prepararme para lo siguiente, una clase de tap, un juego de voleibol, una reunión del Meetup de francés.

La hora del almuerzo que allá transcurría, en el mejor de los casos, en la tranquilidad del café de la esquina, aquí se convierte en el estrés de cocinar y comer en 60 minutos.

Aquí trabajo en mi casa, así que no hay transición de nada. No hay descanso, se me hace más difícil robarme un poco de tiempo para escribir, como dice mi amiga Vivi. El gimnasio me queda al lado de la casa, así que dejo de trabajar cinco minutos antes de la clase. Al final del día estoy tan agotada que no me quedan ganas de nada.

Extraño mi tiempo de transición, ese momento en que no era una cosa ni otra, pero era suficiente para descansar la mente, para desconectarme, para permitir que las cosas que dan vueltas en mi cabeza se despertaran, para no hacer nada.

Comentarios

Anónimo dijo…
Pese a todo, a seguir con la escritura.
Lillian
Anónimo dijo…
Te entiendo, Claudita, pero sólo se trata de nadar contracorriente, que es algo que tanto tú como yo hemos hecho toda la vida. Las técnicas para robar tiempo se pueden ir perfeccionando, aunque sólo sean cinco minutos aquí y allá, como has hecho para escribir esto.

Un abrazo desde el otro lado del charco...
Alvaro dijo…
Me ha gustado Claudia, no es lo único ni lo primero, quizás lo más cotidiano, para mi, me sucede lo mismo, soy consciente de ello y lo disfruto.

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