El piso
No deja de ser irónico que me tocara justamente a mí (tan miedosa y tan obsesionada con lo pasajero, con el instante) mudarme a ese apartamento sola.
Cuando fuimos a verlo, desesperados como estábamos, todo nos pareció en su lugar. Que limpiarían, nos dijeron. Que quitarían todas las cosas personales... y lo hicieron; pero desde el día en que me dieron las llaves y empecé a llevar las cosas, la idea se había afianzado bastante más.
Pedro lo había comentado antes de irse. Pareciera que la persona que vivía ahí se hubiera muerto, dijo. Él le había puesto palabras a un pensamiento que a mí me rondo por la cabeza, pero que me negaba a verbalizar, a hacerlo realidad.
Si pienso en retrospectiva, como en una película donde cuando se nos revela el final empezamos a atar los cabos y lo vemos todo clarísimo, esto estaba raro desde el principio: el cepillo de dientes aún en el vaso, los pinceles acumulando polvo en la mesita, muchos cuadros, retratos, fotos... nadie sale de su casa dejando tantas cosas atrás. Nadie que planee volver, en todo caso.
Cuando fui la primera vez como inquilina oficial, la chica estaba todavía sacando una cantidad impresionante de bolsas de basura. Habían limpiado bastante, es cierto, pero las paredes seguían albergando fotos de la habitante anterior: la mujer en egipto con una esfinge atrás; la mujer en Italia con la torre inclinada de Pisa; la mujer en un lugar que no identifico. Un retrato. Cuadros de paisajes, cuadros gigantes, fotos de un perro, cuadros de estilo impresionista pintados por ella. Pilar, estaban firmados muchos de los lienzos.
Los fui bajando uno a uno y buscándoles un lugar. Saqué las alfombras, solo el mobiliario grande quedaría en esta casa.
Cada vez que me tocaba guardar un plato pensaba en ella, en Pilar. ¿Quién sería esa mujer? En una gaveta de la cocina quedaron algunas medicinas con las instrucciones de toma escritas en la caja... 1 en la noche, antes de dormir... 1 después del almuerzo... tenía la sensación de estar entremetiéndome en los efectos personales de un muerto que no me dolía en lo absoluto.
Nada personal me ataba a ella. Podía pensar, mientras guardaba la vajilla en una vitrina del salón, ¿qué haría esta mujer con tantos platos? O mientras desarmaba al máximo una lámpara dorado con vinotinto ¡Pero qué mal gusto!
No ha aparecido el fantasma aún. Tal vez no se ha enterado y sigue donde estaba al momento de morir, en un instante único que se repite y se repite y se repite.
O está aquí y no dice nada.
Yo con eso me conformo.
Cuando fuimos a verlo, desesperados como estábamos, todo nos pareció en su lugar. Que limpiarían, nos dijeron. Que quitarían todas las cosas personales... y lo hicieron; pero desde el día en que me dieron las llaves y empecé a llevar las cosas, la idea se había afianzado bastante más.
Pedro lo había comentado antes de irse. Pareciera que la persona que vivía ahí se hubiera muerto, dijo. Él le había puesto palabras a un pensamiento que a mí me rondo por la cabeza, pero que me negaba a verbalizar, a hacerlo realidad.
Si pienso en retrospectiva, como en una película donde cuando se nos revela el final empezamos a atar los cabos y lo vemos todo clarísimo, esto estaba raro desde el principio: el cepillo de dientes aún en el vaso, los pinceles acumulando polvo en la mesita, muchos cuadros, retratos, fotos... nadie sale de su casa dejando tantas cosas atrás. Nadie que planee volver, en todo caso.
Cuando fui la primera vez como inquilina oficial, la chica estaba todavía sacando una cantidad impresionante de bolsas de basura. Habían limpiado bastante, es cierto, pero las paredes seguían albergando fotos de la habitante anterior: la mujer en egipto con una esfinge atrás; la mujer en Italia con la torre inclinada de Pisa; la mujer en un lugar que no identifico. Un retrato. Cuadros de paisajes, cuadros gigantes, fotos de un perro, cuadros de estilo impresionista pintados por ella. Pilar, estaban firmados muchos de los lienzos.
Los fui bajando uno a uno y buscándoles un lugar. Saqué las alfombras, solo el mobiliario grande quedaría en esta casa.
Cada vez que me tocaba guardar un plato pensaba en ella, en Pilar. ¿Quién sería esa mujer? En una gaveta de la cocina quedaron algunas medicinas con las instrucciones de toma escritas en la caja... 1 en la noche, antes de dormir... 1 después del almuerzo... tenía la sensación de estar entremetiéndome en los efectos personales de un muerto que no me dolía en lo absoluto.
Nada personal me ataba a ella. Podía pensar, mientras guardaba la vajilla en una vitrina del salón, ¿qué haría esta mujer con tantos platos? O mientras desarmaba al máximo una lámpara dorado con vinotinto ¡Pero qué mal gusto!
No ha aparecido el fantasma aún. Tal vez no se ha enterado y sigue donde estaba al momento de morir, en un instante único que se repite y se repite y se repite.
O está aquí y no dice nada.
Yo con eso me conformo.
Comentarios
Querida amiga hermana, creo que te tocara hecar una limpiadita con sal marina y luego unos inciencitos para clarificar... (jijijiji)
Besitos!!!
Nunca habia escuchado una historia como esta aunque si hay leyendas urbanas de los inmigrantes que mueren por ahi, dejandolo todo y sin que nadie sepa en esta Europa de Dios, tan civilizada y tan fria al mismo tiempo.
Una vez en Irlanda me alquilaron una casita que aparentemente no tenia nada de raro; un mes despues descubri que parte de su patio daba a un viejo cementerio, viejo de verdad, con alguna tumbas marcadas en el siglo XVI. Yo nunca vi o senti nada pero mi esposa insistia en que teniamos visitas que no veiamos algunas noches. El parroco del pueblo nos comento que pusieramos una vela todas las noches para las animas. Y asi hicimos.