El piso II

Esa noche, la noche en que transcribí el cuento El piso pasaron cosas extrañas.

La primera de ellas fue en el momento en que, sentada frente a la computadora, pasaba una a una las palabras que había escrito en una Moleskine.

En el relato original había olvidado completamente el nombre de la mujer. En realidad no recordaba para nada haber asociado a la persona que firmaba gran cantidad de los cuadros que había en el apartamento con su antigua habitante, es decir, no le había puesto nombre a la persona, aunque rostro sí tenía... me lo había mostrado en las fotos varias veces.

Es curioso como las palabras lo hacen todo mucho más real.

Luego estaba el asunto de las fotos del piso. Había tomado algunas para mostrarle a Pedro los avances iniciales, pero además de eso, nada más.

Esa noche, Leo me había pedido fotos, así que decidí tomar unas nuevas. En las impresiones (es un decir, porque eran 100% digitales) salían unas bolas de luz que, hacía muy poco, me había enterado que se llamaban orbes y que se trataban al menos de energía.

Esa noche mi miedosa alma no pudo descansar.

No es que pasara nada, es que la persona tenía un nombre y el nombre hounted me con una insistencia agobiante.

Al final me dormí.

Al día siguiente el piso seguía siendo mi piso nuevo, no había fantasmales huellas ni poltergeist ni nada por el estilo, cada día es más mi hogar.

Las noches, como las sombras y las malas intenciones, pueden ser engañosas.

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