Humanidad
Hacía meses que no ayudaba a nadie. No por nada particular, por falta de tiempo quizás, por falta de ganas tal vez, o simplemente porque de tanto ver hacia adentro, se le había olvidado ver a su alrededor.
Era un sábado por la tarde lleno de vacío y diligencias, de esos días en los que el tiempo no alcanza, pero que igual se termina haciendo más cosas de las planeadas. Por eso vio el reloj, pensó en las horas por delante y tomó impulso para ir a buscar el sobre.
Sopesó la idea de tomar el metro, así iría más rápido, pero en realidad no tenía mucho más que hacer, caminar le haría bien.
Vio a la chica derrumbarse apenas unos metros delante de ella. Va acompañada –pensó–, ya se las arreglarán, y pasó de largo. Pero la chica seguía en el suelo, incapaz de levantarse por el peso de la mochila que llevaba en la espalda. Había sido justamente ese peso lo que la había impulsado a caerse de frente. Era una mujercita bastante flaca y pequeña, ni siquiera le vio la cara.
–¿Necesitan ayuda?, –no había tenido más remedio que volver atrás. Al principio dijeron que no, gracias, pero al final se dieron cuenta de que tenían más bolsas de mercado que manos. Vencidos, le entregaron un paquete de 12 rollos de papel higiénico, que como ayuda resultaba por lo menos ridículo. La chica había logrado levantarse finalmente y le entregó también una bolsa pesadísima que tal vez era el contrapeso de la mochila. Tampoco hay que abusar –pensó–, pero ella se lo había buscado al ofrecer su ayuda.
Le hicieron las preguntas de rigor, se intercambiaron comentarios banales “siempre esperamos a última hora para hacer la compra y tenemos que traer muchas cosas justo el día en que tenemos visita”. La chica enclenque se adelantó para ganar tiempo. No se quejó de ninguna posible herida o moretón.
En el portal, se despidieron: gracias y adiós.
Buscó el sobre y volvió a casa andando de nuevo entre el tumulto de la gente que tanto le molestaba.
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