Crónica de un encuentro, una palabra y un abismo.




Yo no soy de pedir autógrafos. A veces, en ocasiones muy contadas, me ha dado por pedirle a alguien uno. Yo admiro, de verdad, verdad a pocas personas.
Pero estaba en Madrid, en la Feria del Libro y Javier Marías estaba firmando un domingo con sol criminal, en pleno mediodía. ¿Qué podía hacer?

¿Qué quería yo realmente? ¿Un libro firmado por Javier Marías o la oportunidad de estrecharle la mano a uno de mis escritores españoles favoritos? Sin duda, lo segundo, pero había que inventarse la excusa.

Ya estaba en la cola, dudé mucho que libro comprar para que me firmara, no mudé conmigo a Madrid mis libros, de hecho, muchos de ellos descansan en un almacén en NY, así que tenía que decidir. Al final elegí La negra espalda del tiempo.

Estaba trasnochada y acalorada, pero tenía en frente a un ser humano de mente brillante, no pude aguantar la tentación.
–Para mí es un honor –le dije en una frase abiertamente cursi–, aunque no esté de acuerdo con su apología del cigarrillo.
No me escuchó, o pensó que le había dicho cualquier otra cosa. –Es un vicio.
El tabaco se consumía en un cenicero improvisado dentro de la mínima caseta de la librería que lo presentaba.
–No –insisto–, me refiero a su defensa al derecho de los fumadores a fumar en lugares públicos.

Hasta entonces Marías había estado mirando hacia abajo, hacia el libro que en ese instante me dedicaba.

Levantó la cabeza y me miró. Dijo algo acerca de sitios que fueran solo para fumadores. ¿Solo para fumadores? y me volvió a hacer su analogía con el bar topless.

No es lo mismo –le dije–. Las mujeres sin camiseta no son para nada un problema de salud pública (menos en Europa donde es de lo más normal ver chicas topless en la playa).

Él comenzaba a hartarse y yo era conciente de que había una fila de personas esperando bajo el sol.

Zanjó el asunto abriendo una enorme brecha entre él y yo: –Debe usted revisar su noción de libertad.

Yo quería decirle que era venezolana y que dónde quedaba mi libertad de no respirar humo en todas partes, pero con ese "usted" había dejado muy en claro que entre nosotros había una diferencia... o varias. En algún momento yo le había hablado de "tú". Aquí la mayoría de la gente se trata de tú. Tal vez me había sobrepasado. ¿Qué sé yo?

Había cambiado opiniones con Javier Marías un domingo a mediodía en El Retiro y lo había tratado de tú ¡Qué descaro! ¿Qué más daba ya? Yo había discutido con un grande. Podía darme por satisfecha.

Comentarios

Anónimo dijo…
Claudia, coincidimos en el gusto por leer a Javier Marias. Por lo general, si por casualidad me encuentro con un "grande" me pongo tan nerviosa que no me acuerdo ni de su nombre y me quedo muda. Qué bochorno! Solo valoro poder haberlo conocido personalmente. Tu texto refleja en parte lo que nos pasa a la mayoría en esos encuentros.
Que sigas bien.
Lillian

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