El espejo

Esta mañana me desperté, fui al baño y me vi en el espejo como de costumbre.


Como de costumbre descubrí que mi culo está más gordo que nunca, pero hoy he tomado una decisión. No soporto ver esa imagen en el espejo todos los días. Así que descuelgo el espejo de detrás de la puerta, con cuidado de no romperlo porque si además de gorda voy a tener 7 años de mala suerte...


Lo envuelvo con varias capas de papel periódico, metódicamente, como si fuera un paquete frágil que voy a mandar por correo. Solo entonces lo rompo a martillazos. Creo que eso le hará mejor a mi autoestima.


Yo me sigo viendo como cuando tenía 19 años y la talla 4 me sentaba deliciosa. ¿Para qué atormentarme con la realidad? La realidad me amarga.


Por ejemplo, la otra noche tuve una cena. Un asunto de trabajo, no era una cosa de divertirse sino de sentirse segura. De sentarse frente a un cliente y hacerse la coqueta y la interesante para que decida invertir más dinero en la compañía, de eso se trataba.


La cena era a las ocho, no muy lejos de mi casa, así que me fui de la oficina a las cuatro para que me diera tiempo para arreglarme. Ya yo había pensado lo que me iba a poner, me había visualizado con mi taller gris claro de chaqueta cruzada que guardo para ocasiones especiales. Carísimo, muy elegante.


En la mañana había sacado el traje para que se aireara y le puse Febreze para que no oliera a guardado. También revisé y dejé listos mis zapatos rosados, no muy altos, no muy bajos, de corte sobrio. Había revisado si tenía medias panty en buen estado —no tenía y tuve que comprar unas— y había dejado todo listo para relajarme y preparar todo para la reunión.


Entonces llego a mi casa a eso de las 4:30 de la tarde. Reviso los papeles de la reunión, ordeno todo lo que necesito y busco en Internet algunos datos que pueden serme útiles.


A las 5:15 me doy un baño con agua tibia y esencia de vainilla. Me relajo y cuando salgo del baño, 10 minutos más tarde, me siento rejuvenecida. Me seco dándome palmaditas para retener la humedad, me pongo crema por todo el cuerpo, me maquillo concienzudamente, cuidando no exagerar, resaltando el color ámbar de mis ojos y la estructura de mis pómulos. Mientras tanto me consiento con una copita de vino blanco.


Miro el reloj y son las 5:45. Decido que es mejor empezar a vestirme. Quiero salir a eso de las 7 para llegar al restaurante temprano. Me pongo las medias como me enseñó mi mamá cuando yo tenía como 15 años: primero meto un pie, y voy deslizando la tela casi transparente hasta la rodilla, luego el otro pie... como una caricia. Después voy subiendo la media por los muslos, siempre primero una pierna, hasta que... ¿Qué mierda, coño! La media no me sube. La estiro todo lo que puedo y nada.


Esto no pinta bien.


Respiro profundo y busco el empaque caminando como un pingüino con las medias todavía a medio poner. No sé porque mierda, pero siempre que compro medias panty las tengo que comprar una talla más grande. Juraría que las últimas que compré eran XL. Pero ahora resulta que las XL no me suben.


Decido no hacerme mala vida. Igual puedo comprar medias nuevas camino al restaurante y como voy con bastante tiempo puedo meterme al baño apenas llegar y ponérmelas. No será la primera vez. Las mujeres tenemos un imán para que se nos corran las medias. Mi mamá siempre tan sabia llevaba un par de repuesto, es que no soporta ver a alguien con la media corrida, le da como pena ajena, siempre dice que es mejor ir sin medias que con una media corrida. En fin, que sé ponerme las medias en condiciones extremas. Nada que ver con la caricia de la tela y la demás pendejada.


Saco el traje. Toco la tela, admiro el color y el corte del taller. No huele a guardado. Muy bien.


La falda no me cierra, coño. Todavía pienso: No importa, la chaqueta me tapará lo que haga falta. No como mucho en la cena y no pasa nada... es que soy una optimista.


Meto la panza, respiro profundo. Parece que los botones de la chaqueta van a salir disparados. Solo entonces me veo al espejo y la bella y exitosa ejecutiva se convierte en un paquete mal embalado. No hay manera de que salga así de la casa, ataca la desesperación.

Son las seis de la tarde y lo peor no es que no tengo ni idea de lo que me voy a poner ahora. Mi autoestima se ha ido a la mierda. Ya no hay manera de recuperarla esta noche cuando tanto la necesito y todo lo que me devuelve este inmundo espejo es la imagen de una gorda tan diferente a la imagen que yo tengo de mí misma.


Por cosas como esa rompí el espejo.

No sé si tiene razón mi mamá: ¿Será que de verdad debería ponerme a dieta?

Comentarios

Unknown dijo…
Hola!! Amiga me reí muchísimo con este cuento, me hice la idea de que estabas en una obra de teatro relatando un monologo,
Te felicito, mucha suerte,
Anyerim

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