RESOLUCIÓN

(... viene de Resolución I)

II
Pero no fue cierto que no pasara nada en el bar de stripers, aunque no era en lo absoluto lo que Alberto esperaba. No se enrolló con una bailarina ni dejó que nadie se le sentara en las piernas. Simplemente, conoció a alguien. A una mujer, por supuesto.

Ahora la mentira empezaba a parecerse más a un pecado. Y él no quería morirse en pecado.

No sabemos lo que pasó por su mente, pero haber conocido a esta mujer, haber hablado con ella, haber bailado con ella, haber coqueteado con ella, le pareció lo mejor que le había pasado en su vida en mucho tiempo. Llevaba casi 20 años de casado.

Entonces vino otra pregunta. No esa noche, en la que después de los tragos, la charla y el baile cada quien se fue a su casa, si no luego. ¿Hasta dónde seré capaz de llegar?

De esta mujer no sabía mucho, excepto que era mucho más open mind que su esposa, después de todo estaba en un bar de stripers con un grupo del trabajo, ella y otra chica, abiertamente lesbiana, eran las únicas mujeres espectadoras.

Al día siguiente, con la mente un poco más despejada, trató de recordar la cara de la mujer, pero le era imposible. El local era oscuro, con luces de colores que desfiguraban los rostros, había humo. Todo era muy confuso. Tenía su número de teléfono en su celular, Sara se llamaba.

En otros tiempos Alberto ni siquiera hubiera ido al bar. En otros tiempos, jamás hubiera hablado con una desconocida. En otros tiempos nunca, pero nunca hubiera bailado con Sara. Pero ahora, en esta onda de la vida plena había tomado el riesgo y lo que sintió le había gustado. Sentía la pregunta como una amenaza ¿Hasta dónde seré capaz de llegar?

Su vida estaba en sus manos, a pocos clics del dedo pulgar: Contactos-> Sara-> botón de llamada.

¿Y si me muero mañana y no la llamé? –pensaba– ¿y si me muero mañana y resulta que Sara era el amor de mi vida? ¿Pero qué digo? –se dijo– yo ya tengo al amor de mi vida. Marta, la mamá de mis hijos, mi compañera, la que estuvo a mi lado cuando casi me muero. Pero, ¿y la sensación tan deliciosa que me produce Sara? Estaba tan vivo ayer entre sus brazos.

Pulsó los botones como quien no tiene vuelta atrás.

El teléfono repicó varias veces antes de que una voz somnolienta y trasnochada lo respondiera.
– ¿Sara?
– Síiii, ¿quién es?
– Alberto
– ¿Qué Alberto?
Todas las vértebras de Alberto sintieron el pinchazo. No tuvo el valor. Colgó.

Ya está –se dijo. A menos no puedo decir que no lo intenté. Es lo mejor que pudo pasar. Es lo mejor, sí es lo mejor.

En la noche le contó todo a su esposa. Desde la ida al club de stripers hasta la llamada a la tal Sara.

La esposa, que era muy buena y todo, pero que tenía su lado oscuro se alegró por varios motivos. Primero porque, aunque fuera al final, le contara toda la verdad; pero sobre todo se alegró porque Sara (la tal Sara) ni siquiera lo hubiera recordado al día siguiente. Eso le quitaría las ganas de vivir que le habían surgido ahora y seguiría pasando los días como todo el mundo.

Pero la resolución de Alberto seguía en pie. Sin duda un poco decepcionado con esta historia de Sara, pero nada grave.

(Continuará...)

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